No es la primera vez que Daniel Abreu pisa el escenario del Mun. Recuerdo su impactante paso, con más protagonismo individual, en noviembre de 2020 (DN 26-11-20). Ahora nos ofrece una magnífica coreografía con su compañía. Seis hombres que evolucionan en un espectáculo variado, generoso, muy bailado, con extraordinarios solos, pasos a dos o a tres, y núcleos grupales que se arremolinan y diluyen con disciplina y belleza, y que convergen en el cuerpo de baile al completo con una estética de libertad individual, pero que, continuamente se asocia al grupo, con el que forma simetrías bien cuadradas, francamente poderosas. Una estética arbórea en brazos, y los primeros solos como improvisados, dan sensación de soltura; y el deslizamiento como rodillos simétricos por el suelo, de cierta pesadumbre. Entre ambos extremos toda un serie de movimientos acompasados, bien hechos, fortalecidos por el grupo, que danza con la introducción de una música en directo de violonchelo eléctrico y tuba (orgánico extraño, pero sugerente), y al son, también, de un magma sonoro, percusión, y algún tramo donde un sonido de mero aliento, impulsa el movimiento: muy logrado, por cierto. “Dalet”, la cuarta palabra del alfabeto hebreo, y su extensión nominativa “Daleth”, da título al espectáculo. Hace referencia a la puerta, su significado nos lleva a lo que toda la velada nos muestra la danza: “abrirse a la vida y explorar sus posibilidades”, o sea la puerta como apertura a lo desconocido, el cambio y el desarrollo. De ahí la estructura metálica de una puerta que enmarca el espacio, pero que está abierta. Esta estructura que parecería acotar el escenario en detrimento del movimiento de los bailarines, sin embargo no los constriñe, al contrario, visualmente los agrupa mejor. Como el espectáculo es muy danzado, todo fluye estupendamente para el espectador. Incluso los tramos más crípticos –las tablas, que parecen abrumar y cerrar, toda la simbología de ídolos y vestuario que remite a la naturaleza- quedan superados por los bailarines que siempre consiguen liberarse de todo, incluso cuando se postran ante las figuras. El movimiento dancístico, fundamental y protagonista, da paso, también, a vigorosos efectos visuales, como la bola de gasa y su efecto crisálida, o las proyecciones: puntuales y nítidas, bien hechas, sin avasallar ni distraer el primer plano, con hallazgos como la mano en la pantalla provocando hondas sísmicas o acuáticas.

Fue muy acertada la iluminación: nada estridente, pero que nos permitió seguir al grupo con nitidez, sin tener que adivinar el movimiento en penumbras tan habituales de la danza contemporánea.

El plus de la música en directo, con una melodía que impone lirismo en ese territorio de hombres, es también una baza. Por cierto, no debe ser fácil tocar la tuba tumbado en el suelo. Entre los bailarines, reconocí a alguno de la “FaKtoría”, esa escuela que sigue con el vigor de los comienzos (DN30-6-19). Esta tercera entrega del valiente ciclo universitario gustó mucho al respetable. Con una coreografía de Daniel Abreu muy hermosa, de las que hacen bailarines y afición a la danza. La segunda, del buen bailarín Javier Martín, a la que también asistí, fue, más bien, una “Work in progress”.

Compañía Daniel Abreu

Dirección y creación: D. Abreu.

Programa: “Dalet (Da).

Bailarines: Daniel Abreu, Abián Hernández, Diego Pazo, Mauricio Pérez, Daniel Rodríguez, David Vilarinyo.

Música: Hugo Portas, tuba; Elisa Tejedor (chelo).

Iluminación: Pedro Yagüe.

Programación: ciclo Museo en danza del M. U. de Navarra. 7 de octubre de 2023.

Media entrada (20, 22 euros con rebajas).