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«Me reconforta ver el cariño de los alumnos»

Mª Teresa Fagoaga, profesora de danza, lleva medio siglo enseñando a varias generaciones de donostiarras

Egilea
Iratxe de Arantzibia
Komunikabidea
Diario Vasco
Tokia
San Sebastián
Mota
Albistea
Data
2011/05/01
Lotura
Diario Vasco
Tímida y discreta, Fagoaga reconoce que «me da un poco de apuro el galardón. No creo que sea un mérito específico, ya que me gustan el ballet y la enseñanza». Cuando reciba la distinción se acordará del conjunto de alumnos y, sobre todo, de su familia: «De mi madre, la primera que me apoyó y luego fue mi hermana Mª Jesús, que tocaba el piano y bien tocado; de mi marido Rafael, que me ha ayudado haciendo decorados y felicitaciones navideñas; de mis hijos, como Clara, una chica estupenda, que me ayuda muchísimo».
Durante el medio siglo de enseñanza de danza, la profesora donostiarra no puede cifrar el número de alumnos que ha desfilado por sus cinco locales, «aunque sí veo muy claras las generaciones; tengo personas en mi clase de las mañanas, cuyas hijas y nietas vienen a la academia». El cariño de sus alumnos y ex alumnos es el aspecto que más valora Fagoaga. «Me reconforta ver el cariño de los alumnos. He procurado que nadie se quedara frustrado conmigo. Me siento satisfecha cuando veo a alumnos que siguen disfrutando, aunque no sean buenos bailarines, porque viven la danza», añade. Asegura que el perfil del alumnado ha ido evolucionando con los tiempos. «Cuando yo era estudiante con Don José Uruñuela, todos queríamos trabajar todo el horario. La gente de hoy día tiene tantas cosas y se apunta a otras tantas... Tienen unos estudios fuertes y luego la necesidad de la inmediatez del aparato, de la tecnología. Algunos pretenden aprender en cuatro días. Además, se cambian de curso constantemente. No tiene nada que ver con los alumnos de antes. Los años buenos ya han pasado en San Sebastián, en Madrid...» comenta.
Las hermanas Fagoaga
La familia Fagoaga contaba con cinco vástagos, y las tres hermanas pronto demostraron sus inquietudes artísticas. «Mi madre era muy avanzada para su tiempo. Primero, tuvimos un profesor de gimnasia en casa. Luego, ya fui con Don José Uruñuela. Mi hermana mayor, Mª Jesús, también fue a bailar, así que yo era la segunda. La pequeña, Mª Ángeles, tenía más facilidad que yo, pero ella no se aficionó por el ballet, sino por el violonchelo», explica Mª Teresa Fagoaga, quien no disimula el orgullo de contar con una hermana pianista y otra violonchelista. «He bailado, pero en el fondo de mí misma, sabía que no. Como mucho, me dejaron ir a Madrid», confiesa. Miles de anécdotas se agolpan en su cabeza mientras describe su paso por los locales del Círculo Cultural y Ateneo Guipuzcoano en la calle Andía -«era un trozo de madera sobre el que bailar, el piano, vestuario, pequeño despacho y cuarto de las escobas»-; la calle Idiaquez -«tres locales, escaleras abajo, donde estaban la artista Esther Ferrer y una fábrica de pastas»-; la calle Carquizano -«una primera planta a la calle, pero tenía poca altura de techo. Teníamos alguna alumna muy alta y hacíamos los saltos en los huecos de las vigas»-; las calles Aldamar y Euskalherria -«cuantos más metros cuadrados, más impuestos»...
Esta tarde, la Asociación de Profesionales de Danza de Gipuzkoa, aquella que ayudó a fundar en 1982 y de la cual fue segunda presidenta entre 1985 y 1988, reconocerá la ingente labor de esta profesora que convirtió la enseñanza de la danza en vocación, devoción y magisterio. «No me cambio por nadie y doy gracias a las circunstancias que me han permitido desarrollar este trabajo», finaliza Mª Teresa Fagoaga, Premio Dedicación a la Danza 2011.
«Me reconforta ver el cariño de los alumnos»

María Teresa Fagoaga, en uno de los pocos momentos en los que no estaba rodeada de alumnos.

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