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«Me reconforta ver el cariño de los alumnos»
Mª Teresa Fagoaga, profesora de danza, lleva medio siglo enseñando a varias generaciones de donostiarras
Tímida y discreta, Fagoaga reconoce que «me da un poco de
apuro el galardón. No creo que sea un mérito específico, ya que me
gustan el ballet y la enseñanza». Cuando reciba la distinción se
acordará del conjunto de alumnos y, sobre todo, de su familia: «De mi
madre, la primera que me apoyó y luego fue mi hermana Mª Jesús, que
tocaba el piano y bien tocado; de mi marido Rafael, que me ha ayudado
haciendo decorados y felicitaciones navideñas; de mis hijos, como Clara,
una chica estupenda, que me ayuda muchísimo».
Durante el medio siglo de enseñanza de danza, la
profesora donostiarra no puede cifrar el número de alumnos que ha
desfilado por sus cinco locales, «aunque sí veo muy claras las
generaciones; tengo personas en mi clase de las mañanas, cuyas hijas y
nietas vienen a la academia». El cariño de sus alumnos y ex alumnos es
el aspecto que más valora Fagoaga. «Me reconforta ver el cariño de los
alumnos. He procurado que nadie se quedara frustrado conmigo. Me siento
satisfecha cuando veo a alumnos que siguen disfrutando, aunque no sean
buenos bailarines, porque viven la danza», añade. Asegura que el perfil
del alumnado ha ido evolucionando con los tiempos. «Cuando yo era
estudiante con Don José Uruñuela, todos queríamos trabajar todo el
horario. La gente de hoy día tiene tantas cosas y se apunta a otras
tantas... Tienen unos estudios fuertes y luego la necesidad de la
inmediatez del aparato, de la tecnología. Algunos pretenden aprender en
cuatro días. Además, se cambian de curso constantemente. No tiene nada
que ver con los alumnos de antes. Los años buenos ya han pasado en San
Sebastián, en Madrid...» comenta.
Las hermanas Fagoaga
La familia Fagoaga contaba con cinco vástagos, y las tres
hermanas pronto demostraron sus inquietudes artísticas. «Mi madre era
muy avanzada para su tiempo. Primero, tuvimos un profesor de gimnasia en
casa. Luego, ya fui con Don José Uruñuela. Mi hermana mayor, Mª Jesús,
también fue a bailar, así que yo era la segunda. La pequeña, Mª Ángeles,
tenía más facilidad que yo, pero ella no se aficionó por el ballet,
sino por el violonchelo», explica Mª Teresa Fagoaga, quien no disimula
el orgullo de contar con una hermana pianista y otra violonchelista. «He
bailado, pero en el fondo de mí misma, sabía que no. Como mucho, me
dejaron ir a Madrid», confiesa. Miles de anécdotas se agolpan en su
cabeza mientras describe su paso por los locales del Círculo Cultural y
Ateneo Guipuzcoano en la calle Andía -«era un trozo de madera sobre el
que bailar, el piano, vestuario, pequeño despacho y cuarto de las
escobas»-; la calle Idiaquez -«tres locales, escaleras abajo, donde
estaban la artista Esther Ferrer y una fábrica de pastas»-; la calle
Carquizano -«una primera planta a la calle, pero tenía poca altura de
techo. Teníamos alguna alumna muy alta y hacíamos los saltos en los
huecos de las vigas»-; las calles Aldamar y Euskalherria -«cuantos más
metros cuadrados, más impuestos»...
Esta tarde, la Asociación de Profesionales de Danza de
Gipuzkoa, aquella que ayudó a fundar en 1982 y de la cual fue segunda
presidenta entre 1985 y 1988, reconocerá la ingente labor de esta
profesora que convirtió la enseñanza de la danza en vocación, devoción y
magisterio. «No me cambio por nadie y doy gracias a las circunstancias
que me han permitido desarrollar este trabajo», finaliza Mª Teresa
Fagoaga, Premio Dedicación a la Danza 2011.
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