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«Hay que cuidar al público para que no se canse con espectáculos tristes y aburridos»

Marc Ribaud, director del Ballet de la Ópera de Niza

Egilea
Camila Sabater
Komunikabidea
Diario Vasco
Mota
Elkarrizketa
Data
2005/09/21

Marc Ribaud nació en Niza hace treinta y nueve años y tras llevar una brillante carrera de bailarín en Bonn, Basilea y Dusseldorf, regresó a su Costa Azul natal donde, en el 97, se hizo cargo de la dirección del Ballet de la Ópera de Niza, convirtiéndose en el director de ballet más joven de Europa. Heredero de Mats Ek y Youri Vàmos, los dos coreógrafos que mayor influencia tuvieron en su carrera y trabajo, Marc Ribaud confiesa su gusto por revisar las grandes obras clásicas pero reivindica una danza conforme con las esperas del público y con una exigencia de técnica y estética. Tras presentar hace unos días Romeo y Julieta en el Temps d'Aimer, volvió a la Estación de Midi de Biarritz con un programa más contemporáneo.



- Usted colgó las zapatillas y abandonó la interpretación con 31 años al ser nombrado director del Ballet de la Ópera de Niza, donde ya trabaja en su novena temporada. ¿Fue difícil tomar aquella decisión?



- Por supuesto me planteé esa cuestión de tener que abandonar mi carrera de bailarín, pero con 31 años sabía que sólo me quedaban cinco o seis años como intérprete. Además, tenía una verdadera pasión por la coreografía, en la que había trabajado con el director del Ballet de Dusseldorf y coreógrafo, Youri Vàmos. Aquella fue una oportunidad extraordinaria para dar el paso hacia la creación y la dirección de ballet. Hoy en día lo considero como un regalo maravilloso.



- A los pocos meses de llegar usted, la compañía celebró su quincuagésimo aniversario. ¿No le asustó encabezar un ballet con medio siglo de existencia?



- Sí y de hecho, en aquella época yo era el director de ballet más joven de Europa. Por un lado, creo que tenía aquella despreocupación propia de la juventud y por otro, lo he vivido como una aventura. Estar a la cabeza de una compañía con un efectivo de treinta bailarines, un repertorio ya importante y un elevado nivel fue una gran suerte al mismo tiempo que un reto. He aprendido mucho y cada día sigo aprendiendo, sobre todo en la gestión humana del grupo.



- El repertorio del Ballet de Niza está conformado por piezas clásicas y neoclásicas fundamentalmente. Sin embargo, de joven su preferencia era el jazz, ¿no?



- La verdad es que yo empecé en la danza porque quería bailar como John Travolta en Fiebre del sábado noche. Yo solía imitarlo y la casualidad hizo que un día un bailarín profesional me vio bailar y me aconsejó tener una base de clásico para poder después dirigirme hacia el jazz. Mi madre me llevó, un poco a la fuerza, a la clase de ballet de la Academia de Danza Princesa Gracia en Montecarlo. Rápidamente me di cuenta de que la danza era más interesante que el fútbol porque había sesenta chicas y tres chicos hasta que ya no sólo me interesaron las chicas sino que descubrí que me encantaba el ballet.



- Gran parte de su trabajo reside en la revisión de obras maestras del repertorio romántico. Es un ejercicio difícil y peligroso, ¿no?



- Me gusta narrar cuentos, me gusta la dramaturgia de aquellas obras, me inspiran sus partituras musicales y me parece muy interesante proponer mi propia visión y escenificación. Siempre intento guardar intactos el libreto del ballet, la partitura musical pero utilizo el vocabulario de la danza clásica con una visión contemporánea. Algunos suelen interpretar ese trabajo como un exceso de seguridad y sin embargo creo que, al contrario, es bastante arriesgado.



Coreógrafo no cerebral



- ¿Piensa que esa propuesta de danza responde a las expectativas del público?



- Creo que no sólo responde a una expectativa del público sino que también nos incumbe, a nosotros los coreógrafos, hacer que el público llene los teatros y sienta emoción, placer ante lo que está viendo. A mí, no me importa decir que lo que hago es popular, fácil de ver. No soy un coreógrafo cerebral, soy un coreógrafo musical, instintivo. No me molestan los coreógrafos intelectuales a partir del momento en que las cosas están dichas de manera coreográfica, con una estética y una técnica. Desgraciadamente, no es la tendencia actual.



- ¿Usted comparte con algunos coreógrafos actuales el temor a una nivelación por debajo de la danza?



- En eso estamos concretamente hoy día. Llevamos casi veinte años viendo a muchos creadores que se burlan del público, haciendo cualquier cosa en el escenario y ellos son los que han cosechado las subvenciones cuando otros, como Thierry Malandain, como yo, se empeñan en defender otra visión de la danza. Ya es el momento de replantear la danza, ya no sólo desde el punto de vista de unos coreógrafos egocéntricos sino también en una relación de compartimiento con el público.



- ¿Ahí radica la explicación de que el público parece estar reapropiándose del repertorio clásico?



- Bueno, yo tengo 39 años y no me considero clásico sino contemporáneo; estoy vivo y en contacto con mi época. Sin embargo, creo que el público necesita recobrar determinados puntos de referencia, volver a ver bailarines, coreógrafos y espectáculos auténticos. No reivindico un retorno al clasicismo polvoriento, a la danza de los museos pero sí creo que debemos estar atentos al hastío del público frente a unos espectáculos demasiado intelectuales y aburridos.



- En su labor de revisión de los clásicos, le inspiró el coreógrafo sueco Mats Ek, con el que usted trabajó, ¿qué descuella en ese registro?



- Como bailarín, el haber trabajado con él en Carmen fue la experiencia más bonita de mi carrera. Mats me ha influenciado mucho; es un ejemplo, un gran maestro. Cualquier coreógrafo, aunque busque su propio lenguaje, es el resultado de lo que ha sido como bailarín. En mi caso, soy quien soy porque he aprendido de Mats Ek, Hans Van Manen, Youri Vàmos, Nils Christe, Itzik Galili.



- ¿Qué relación mantiene con la danza contemporánea?



- Me encanta la danza contemporánea a partir del momento en que existe una técnica, una estética, una temática capaz de poner de relieve las cualidades de la compañía. Yo no sólo trabajo en repasar obras clásicas sino que también he creado piezas más abstractas, más cortas, más contemporáneas. Creo que la calidad de los bailarines del Ballet y su formación clásica les permiten abordar cualquier estilo y, de hecho la compañía es muy ecléctica y la danza contemporánea está presente en nuestro repertorio.



- La compañía abrió su presencia en Biarritz con la representación con 'Spiel es', una obra de juventud en la que la música desempeña un papel importante.



- La música es mi principal fuente de inspiración, me hace vibrar y me dicta mi trabajo creativo. Creé 'Spiel es' en el 96 cuando todavía bailaba en el Ballet de Basilea. Allí descubrí la música del grupo Kol Simcha, que mezcla música tradicional yiddish y jazz. La pieza que representamos surgió de ese encuentro, de aquella música dinámica, viva, lúdica y se convirtió en un ballet abstracto centrado en el tema de la alegría de vivir.



- Los bailarines interpretarán en la segunda parte 'Carmina Burana', de Youri Vàmos. ¿Qué le inspira el trabajo del coreógrafo húngaro con quien usted ha mantenido una estrecha relación a lo largo de su carrera?



- Nos conocimos en Bonn cuando Youri era director del Ballet; después tomó la dirección del Ballet de Basilea y más tarde del Oper am Rhein de Dusseldorf, y le seguí hasta que me incitó a coger la dirección del Ballet de Niza. He aprendido mucho en la escenificación y en su manera de dirigir a los bailarines de tal manera que vayan más allá de su danza para convertirse en unos actores. Es una persona exigente en la interpretación, en la expresividad.

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