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«Fue duro dejar el ballet, pero quería conocer otras cosas»
Gilda Pizarro. bailarina y periodista colombiana
«Lo mío fue una casualidad muy bonita», resume Gilda
cuando inicia su relato; una historia que arranca en su adolescencia en
Santo Tomás, donde vivía y tocaba el saxo. «Toda mi familia se dedica a
la música, en especial al vallenato», dice para ilustrar que, ya por
entonces, su vida estaba ligada a una banda municipal. La cuestión es
que un día fue a Cali a visitar a unos familiares, y su viaje coincidió
con un concurso especial para ingresar en el Ballet Nacional de
Colombia. «Me presenté, hice las pruebas y me seleccionaron», enumera
con la sencillez del que lleva el talento en las venas.
Su trayectoria con la compañía duró casi cuatro años; un
largo periodo de aprendizaje que le exigía la responsabilidad de un
trabajo. «Es que sí era mi trabajo -enfatiza-. Ensayábamos todos los
días, más de cinco horas diarias. El entrenamiento era de nivel
profesional y requería mucha disciplina». Lo positivo, era la
posibilidad de dedicarse a la danza, perfeccionar la técnica y
desarrollar una carrera artística. Lo negativo, que resultaba difícil
compaginar los ensayos y las giras con los estudios universitarios.
«Había hecho dos años de periodismo en la facultad, pero
era muy complicado hacer bien ambas cosas. En el año 2000, cuando salí
de gira por Oriente Medio, Italia y España, pasé a visitar a mi
hermano, que ya vivía en Bilbao, y presenté una solicitud para estudiar
en la UPV. Dejé los documentos aquí, volví a Colombia y poco después
supe que me habían aceptado».
Gilda recuerda ese día con la misma nitidez que su
última actuación. «No le había dicho a nadie que me iba porque quería
que esa función saliera bien y fuera bonita, aunque yo estaba muy
sensible y se notaba. Fue duro dejar el ballet, pero quería hacer otras
cosas. Tenía claro que iba a estudiar una carrera universitaria y
sentía una gran atracción por Europa», explica.
«Supongo que mi interés viene de cuando era niña
-agrega-. Uno de mis tíos vive desde hace 30 años en Francia y yo crecí
oyendo sus cuentos. Cuando tienes una persona cercana viviendo tan
lejos, te pica la curiosidad, quieres saber más, lees libros. Y si eres
inquieta y tus padres te apoyan, como me pasó a mí, llega un día en que
te planteas marchar. No hay nada como ver mundo», subraya.
Un proyecto concreto
Ver mundo y viajar es, precisamente, lo que le ha
animado a quedarse. «Ese afán de aprender ha impedido que me sintiera
mal -dice-. Por supuesto que se echa de menos y que hay obstáculos,
pero mi experiencia aquí ha sido realmente buena y tengo muy buen
concepto de los vascos. Son muy amables y acogen muy bien al que
llega». En su caso, el primer contacto fue con los compañeros de
facultad, que «se portaron muy bien». «Llegué en noviembre de 2000,
cuando las clases ya habían empezado, y todos me ayudaron a ponerme al
día y me prestaron sus apuntes», detalla con gratitud.
En cuanto a su vida actual, Gilda destaca que es menos
difícil emigrar cuando uno tiene un proyecto concreto. «Yo no he parado
de estudiar y trabajar desde que llegué. Di clases de baile en tres
sitios y ahora trabajo en radio, donde estoy aprendiendo mucho sobre
periodismo y el modo de encarar las noticias aquí. También me he
apuntado a teatro, porque me gusta la interpretación y el arte
escénico. Tengo la suerte de estar donde he elegido y me siento bien.
De otro modo, me iría. Siempre he creído que para pasarlo mal y sufrir
es mejor estar con los tuyos».
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