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A puerta Gayola
CRÍTICA DE DANZA
El montaje está construido en cuatro partes claramente
diferenciadas: la soledad del aprendizaje, el influjo femenino, la
corrida en sí misma y la muerte. El primer fragmento es una muestra de
los conocidos solos del artista barcelonés, en el que explora
minuciosamente sus posibilidades de movimiento, como un orfebre
construye una elaborada filigrana. A sus 58 años, Gelabert exhibe una
calidad de movimiento muy limpia y precisa, fruto de la exploración e
investigación de casi cuatro décadas de profesión. La evocación del
elemento femenino, bien como Inmaculada Virgen bien como sensual mujer,
nutre el segundo apartado de la obra. Toda la energía se centra en la
corrida erigida casi como un espectáculo independiente, la coreografía
de la vida y la muerte, el pulso entre toro y torero con sus
correspondientes tercios de varas, banderillas y muerte. Termina la
representación con la hora postrera adornada con imágenes proyectadas
del matador Juan Belmonte (1892-1962), fuerza inspiradora de la pieza.
Mientras tanto, la muerte se apodera de la escena. A nivel técnico, la
premisa es la abstracción deudora de Merce Cunningham y un lenguaje
contemporáneo muy depurado. Resulta sobrecogedor toparse con un patio de
butacas tan despoblado, cuestión quizás achacable a haber programado el
espectáculo un día de labor y a la corta promoción del mismo. No
obstante, Gelabert-Azzopardi cosechó un éxito comparable a las dos
orejas taurinas.
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