Su trayectoria le precede. Desde hace ya años, Sabin Bikandi (1965, Galdakao) dedica buena parte de su vida a la música, algo que le apasiona hasta el punto de que ha cosechado varios premios y puede dedicarse profesionalmente a ello. Este experto reconoce que “la danza es sobre todo una herramienta de comunicación muy potente”, y por eso anima a la gente a que baile, “lo que sea y como sea, que se junte”. Porque si a algo dedica también mucho de su tiempo es a investigar sobre los orígenes de las danzas y la música, una investigación estrechamente ligada a su Máster en Etnomusicología por el londinense Goldsmith College.
Hay que reconocer que no es una palabra fácil de pronunciar. ¿Qué encierra el término etnomusicología?
Lo que llamamos musicología debería ser musicología histórica en el 90% y occidental. Hay como un toque muy etnocentrista en la musicología en general. La etnomusicología, en cambio, por así decirlo, es un acercamiento o enfoque más abierto de la musicología, por así decirlo es la antropología de la música, abierta a todo tipo de música, de todo tipo de culturas y en cualquier tiempo.
Cuenta con una larga trayectoria en el mundo de la música y de las danzas. ¿De dónde nace esa pasión?
A veces suelo decir que los vascos somos como los últimos indios de Europa, y entonces en mi tribu, mis padres y mis abuelos nos enseñaron que una de las cosas más importantes en nuestra cultura es justo la transmisión de nuestra cultura tradicional. Entonces, seguramente por eso, porque soy vasco, y para algunos quizá ridículamente vasco, soy tamborilero y no pianista, clarinetista, violinista... y me dedico a esta historia. Lo del baile llegó un poco después, con mi tesis doctoral. Cuando estudié en Londres, al hacer mi máster hice mi tesina sobre Alejandro Aldekoa, maestro tamborilero y de danzas de Berriz. Antes los tamborileros eran maestros de danza, los músicos sabían de baile, y los de danzas sabían de música, porque son las dos caras de una misma moneda, pero es algo que hemos ido perdiendo. Entonces, a mí me llamó la atención. Entender la cultura o el campo sobre el que estás trabajando y ser parte de ello es una parte importante, y es por lo que empecé a aprender a bailar, para entender mejor lo que hacía Alejandro y cuál era su oficio. A raíz de ahí, he seguido porque yo también he aprendido el oficio y me ha parecido que tenía bastante que aportar, sobre todo en ese equilibrio entre música y danza. A raíz de eso surgió también Aiko, viendo ese divorcio que hay entre música y danza, que es algo relativamente reciente. En definitiva, soy euskaldun y de familia euskaldun, y el entorno me ha encarrilado un poco a esto de la música tradicional, de la música de aquí.
¿La música y la danza entienden de idiomas, ideologías, creencias...?
No sé si entienden, pero que todo eso tiene que ver está clarísimo. La manera en la que vemos, oímos y percibimos es cultural, es como nos enseñan a ver, a oír y a percibir. Eso está ahí. Supongo que ya estará demodé, pero antes nuestro referente de lo que era la música y la cultura del mainstream era Los 40 Principales. Nosotros tenemos claro que nunca vamos a estar en Los 40 Principales, pero lo que sí es verdad es que todo el sistema comercial en torno a la música y la danza influye mucho. A nivel de percepción, hay algunas cosas que sí están cambiando, algunas cosas que unos vemos y otros no... Como cuando alguien te dice “Es que siempre bailáis lo mismo”, y sería que no entiendes, que no sabes. Es como el que no sabe de fútbol y va a San Mamés y ve a 22 tíos detrás de una pelota, y a las dos semanas lo mismo. Pues va a pensar que siempre es lo mismo. Para los amantes de la música clásica, cuando hay una guitarra automáticamente le suena a lo mismo sea AC/DC o Eric Clapton...
En ese sentido, si nuestro legado hubiera sido únicamente las danzas y la música, ¿qué no dirían de quiénes éramos?
Siguen siendo un elemento identitario muy importante. Así como el euskera es nuestro idioma, nuestras danzas y nuestra música son nuestro idioma no verbal, y muchas veces transmiten muchas cosas que las palabras no atinan a transmitir. Yo lo he aprendido mucho sobre todo en la diáspora, porque para ellos el bailar es muchas veces más importante que el euskera a la hora de tener un referente cultural propio. La danza ha sido y es muy importante. Y luego, sobre todo, como elemento de socialización. Ha sido muy importante. A partir de cierta edad, siempre suelo decir que yo, y los de mi entorno, si somos y si estamos es porque hubo una romería en la que nuestros padres empezaron a bailar. Si no, seguramente no estaríamos aquí. Era el espacio de encuentro a nivel de parejas, pero también a nivel social, de danzas rituales como las danzas de la tribu. Eso ha tenido mucha fuerza. Nosotros seguimos disfrutando y usando la danza como un espacio de comunicación y de encuentro.
¿En quién se inspira a la hora de hacer música?
Supongo que en toda la música que he escuchado, y cuando digo toda es toda. Supongo que será desde Maritxu nora zoaz hasta Marta tiene un marcapasos. Sí, hay algunas cosas que, cuando nos ponemos a hacer nuestra música, cuando es música para danza, sobre todo, sí hay algunos aspectos formales en los que te tienes que adecuar a la danza. En los jauzis, por ejemplo, o en una jota, que tiene un número de compases, un ritmo, etc. Me imagino que es como escribir, que habrá frases o concatenaciones, expresiones, que las has escrito o leído mil veces.
¿Ha cambiado mucho la forma de hacer y crear música?
Yo creo que sí, porque tenemos unos recursos que nunca antes habíamos tenido. Toda la tecnología ha cambiado mucho. Incluso en el aspecto organológico, en lo que tiene que ver con los instrumentos tradicionales, también ha cambiado. Han evolucionado. Y luego, a la hora de crear, también. Antes la música que escuchaban mis abuelos seguramente era la que cantaban en casa y por transmisión oral, quizá lo que tocaba la banda y cuando iban a misa lo que tocaba el organista. Ahora, aquí, entre Spotify y YouTube tenemos acceso a casi todo. Eso va perfilando y cambiando nuestra manera de percibir, de oír, de sentir, y ya no te digo de trabajar. Con un ordenador y un buen micro se pueden hacer cantidad de cosas que antes eran inimaginables.
Y la forma de enseñar también, ¿verdad? Usted es miembro fundador de Aiko, y durante el confinamiento se reinventaron con clases online.
Sí, el confinamiento nos dio un empujón. La primera semana de confinamiento ya estaba emitiendo como podía con la cámara del ordenador desde YouTube. De todas maneras, el proyecto de hacer una escuela de danza online venía de atrás. Llevábamos tiempo dándole vueltas, mareando a unas cuantas ingenierías informáticas del País Vasco con lo que queríamos, y luego fue un poco una confluencia de circunstancias. Por una parte, el confinamiento, y en mayo del 2020 la Universidad de Cambridge anunció que el curso 20-21 iba a ser online. Y, si hay alguna institución en la que la enseñanza presencial es importante en el mundo, son las universidades de Oxford y Cambridge. Además, tuvimos la gran suerte, en la primavera, de encontrar un software que solventara nuestro problema, que era el de sincronizar las imágenes de vídeo y las transcripciones musicales. Aquello fue la bomba. Seguimos trabajando, pero ese fue el proceso, y conseguimos tener un sistema para transmitir los conocimientos sobre danza. No es lo mismo que la transmisión presencial, pero desde el punto de vista de transmisión de contenidos a nivel científico, es la pera limonera para nosotros.
Otra cosa que nos ha enseñado el confinamiento es a disfrutar de un concierto casi sin movernos de una silla. ¿Es posible bailar sin moverse?
A mí me han pasado historias muy bonitas. Cuando mi padre estaba en una residencia, a veces iba a tocar para ellos, y veías que la gente estaba en la silla pero estaba bailando. También me pasó una cosa muy bonita con Floren, el yerno de Serafín Amezua, saga de txistularis del siglo XVIII. Cuando estuve en su casa, daba por perdidos los instrumentos de la familia, pero los tenían. Empecé a tocar. Floren estaba sentado y yo toqué la soka-dantza, y cuando terminé me dijo “No he fallado ni una nota”. Estuvo bailando. Además, nosotros también hemos hecho algunas cosas, porque si podemos movernos podemos bailar. Si tenemos dos dedos podemos bailar una mazurka, también hemos trabajado los jauzis en la mesa con las manos.
En 2015 ganó un premio Max, y ha obtenido varios galardones. Sin embargo, usted se autodenomina “un humilde tamborilero”.
Es una frase con cierta trampa, porque me siento orgulloso de ser un tamborilero en los tiempos que corren. Es la historia un poco de ser defensor de causas perdidas. Ser euskaldun es lo que tiene. La verdad es que tiene un poco trampa, hay humildad con mucho orgullo. Porque son muchas las cosas que hemos hecho.
Y lo que queda por hacer.
Sí. En ello estamos. Además, creo que es una liga muy agradecida la nuestra, porque hay tantas cosas por hacer que cualquier cosa que hagamos en nuestro sector creo que tiene sentido. Supongo que es más complicado ser estrella del rock. No nos podemos quejar.
¿Qué le depara el 2023?
Para 2023 en Aiko tenemos bastantes proyectos, como un disco en el horno con un sonido más moderno. Seguimos también con DansPirenaica, un proyecto en el que se nos ocurrió hacer la travesía de los Pirineos bailando. Nos hubiera gustado hacerla de un tirón. El año pasado estuvimos en Jaca, este año vamos a ver si quizá llegamos a Baiona. Por supuesto, seguiremos haciendo romerías. Vamos a estar entretenidos seguro.
Háblenos de DansPirenaica.
Bueno, coincide que muchos aficionados al montañismo también son aficionados al baile. Ahora pensamos que las montañas nos separan con nuestra mentalidad de coche, y antes era el camino más corto entre dos pueblos o dos valles, la montaña era el punto de encuentro y donde se hacían muchas romerías. Con los Pirineos pasa un poco lo mismo. El contacto entre la gente del norte y del sur de los Pirineos, y de un valle o de otro, independientemente de que unos sean navarros, aragoneses, guipuzcoanos o labortanos, sigue estando ahí. Los pastores del norte y del sur siguen compartiendo pastos y bordas sin fijarse en el pasaporte, y con la música y la danza pasa lo mismo. Hay algo que también podríamos llamar cultura pirenaica, de la que nosotros somos partícipes. Con un juego de palabras comenzó todo, porque está la travesía de los Pirineos que se llama Transpirenaica, y en vez de Transpirenaica nos gustó DansPirenaica. Nos la imaginábamos empezando en el cabo de Creus, en Cadaqués, y terminando en Hondarribia, coger un autobús e ir de valle en valle. Algún día lo haremos, pero mientras tanto DansPirenaica es una excusa para el intercambio de experiencias, una especie de feria de la danza.
Porque la danza nos une.
Es que nos parecemos muchísimo. Todos pensamos que una cosa u otra es algo nuestro y solamente nuestro, pero cuando levantamos la cabeza hay muchas más. DansPirenaica es una excusa muy bonita para juntarnos, transmitir y disfrutar. Tiene esa faceta de transmisión y la de compartir, de sacar la música a la calle y bailar juntos, que es de lo que se trata.
FICHA PERSONAL
Año de nacimiento: 1965.
Lugar de nacimiento: Galdakao.
Formación: Es profesor superior de música en la especialidad de txistu y Doctor en Filosofía por la Universidad de Londres (PhD), así como Máster en Etnomusicología por el Goldsmith College.
Trayectoria: Con 14 años empezó a dar clases de txistu y fue simultaneando la enseñanza con su formación, según cuenta. Obtuvo el Premio de Honor del Conservatorio de Donostia y Mención de Honor de Música de Cámara del Conservatorio de Bilbao. Ha trabajado en la enseñanza en diversos centros (escuelas de música, conservatorios, institutos, etc.). Además, tal y como explican en la web de Aiko Taldea, fue también director de la revista Txistulari (1992-1995). En su faceta como compositor, por su parte, ha escrito y adaptado varias obras musicales sobre el txistu y la música tradicional; y en 2015 ganó el Premio Max a la Mejor Composición Musical para un Espectáculo. Hoy es miembro de la Banda Municipal de Txistularis y de Aiko Taldea.