Estrenan en el Kursaal su última obra, ‘In the Still of the Night’. ¿Qué pueden decirnos de ella?
Lucía Lacarra (L.L.): Es la segunda obra que creamos durante la pandemia. Queríamos contar una historia original, que se hace muy raramente hoy en día, sobre todo, en espectáculos de danza. Generalmente se suelen hacer historias que ya se conocen, porque es más fácil en cierto sentido. Queríamos contar una historia original y, además, de una forma diferente. En la danza, todas se cuentan de forma muy cronológica y queríamos hacerlo de una forma más cinematográfica: que tuviera un efecto sorpresa, cambios de tiempo, ir del pasado al presente. Decidimos utilizar, otra vez, las artes audiovisuales: tenemos una pantalla con una película. Contamos lo que ocurrió en una noche en el pasado y, a través de esa noche, descubrimos lo que le ocurre a una pareja a la que estamos viendo en tiempo actual en el escenario. Es la historia de un amor eterno entre dos personas y cómo ciertos acontecimientos pueden cambiar esa relación.
Matthew Golding (M.G.): Éste era uno de nuestros sueños; durante muchos años, hemos tenido el bonito sueño de crear un show con sólo dos personas sobre el escenario. En la pandemia, no tuvimos otra opción que seguir creando; cuando nadie más estaba realmente trabajando, fue nuestro escape.
¿Cómo es esa fusión entre danza y cine? ¿Ocurre de manera natural?
L.L.: Las dos formas diferentes de arte se pueden fusionar y, sobre todo, aportan algo. La pantalla te transporta directamente a una atmósfera, a un período de tiempo, a una localización; es como el lienzo que te ayuda a contar esta historia. Además, nos apasiona el cine y pensamos que una cosa aporta muchísimo a la otra. Aquí, utilizamos la película como flashbacks a esa noche del pasado. Cuando empezamos con esta idea, la mayoría de la gente nos decía: Tened mucho cuidado, porque en el momento en que tienes una pantalla, la gente tiende a mirarla y no mira lo que ocurre en el escenario. Y nos hemos dado cuenta de que, si está bien hecho, coordinado y utilizado, aporta muchísimo, porque tienes esos momentos donde tienes a las personas reales y a las personas en la pantalla. No estás simplemente poniendo una imagen bella para que haga algo bonito, tiene un sentido y consigues crear un puente de conexión entre la pantalla y el escenario. Eso es lo que es bonito.
M.G.: Creo que soy uno de los primeros, en mucho tiempo, que realmente hago esta creación de manera tan fuerte, esta idea de fusionar el cine con la danza. Hay que encontrar el equilibrio justo, pero soy un gran apasionado de las películas. En muchos sentidos, veo antes la película que el baile; escucho la música antes de ver los pasos. En esta pieza, me encanta la música, el imaginario, que se puedan proyectar estos filmes nostálgicos, los sueños antes de la realidad. Que, de alguna manera, podamos transmitir a la audiencia que la historia está evolucionando. Es una forma fantástica para hacer sentir que el escenario está completamente lleno y que el público esté más conectado. Tener la película junto a nosotros cuenta una historia y permite a la audiencia sumergirse más profundamente con el baile.
Ésta es una obra que nace en el confinamiento. ¿Cómo discurre el proceso creativo en tiempos inciertos?
L.L.: Con Fordlandia estábamos confinados, lo creamos por teléfono, pero aun así disfrutamos de ese proceso. Por eso, antes de su estreno, estábamos ya jugando con las ideas, con las músicas, creando esta historia. Fue un proceso, como un juego. Estábamos juntos y disfrutábamos muchísimo de crear ese concepto, esa historia. Estábamos jugando con la idea de In the Still of the Night en agosto de 2020 y estrenamos Fordlandia en septiembre. En nuestra cabeza, íbamos a seguir actuando con Fordlandia. Empezamos a hacer los espectáculos en septiembre y octubre en Alemania, teníamos más en noviembre y diciembre. En noviembre, por desgracia, llegó la segunda ola, que azotó a Alemania muy fuerte, y se volvieron a cerrar los teatros. Teníamos nuestros billetes de avión para ir a bailar y dijimos: Pues empezamos a crear. Aun así, nos fuimos a Dortmund y en noviembre empezamos ya con la coreografía de In the Still of the Night. La pandemia nos enseñó a luchar contra corriente y contra todo obstáculo.
A raíz de esta obra, consiguió en 2022 un Premio Max. ¿Ayudan este tipo de galardones a llenar teatros?
L.L.: El Premio Max fue un premio bastante especial para mí. He obtenido, por suerte, bastantes premios en mi carrera, pero recibir el Max por In the Still of the Night no me lo esperaba. Es un trabajo mucho más contemporáneo, más moderno, más experimental, a veces, lo que se premia. Y, al mismo tiempo, me emocionó mucho más; recibir un premio por una obra así, que has creado tú, es como cuando le dan un premio a un hijo tuyo, que le das más valor, quizás, que si te lo dan a ti. Es verdad que sí, que pensábamos que el hecho de recibir el premio Max haría que In the Still of the Night volara por toda España; la verdad es que no ha sido así. Ha sido un período bastante difícil y sigue siendo difícil vender entradas. Nunca suelo querer reivindicar cosas, porque no soy una persona que me guste quejarme, pero, por ejemplo: este año solamente, hemos estado en Suecia, en Italia; bailamos por muchísimos sitios. Viajamos muchísimo y nos contratan en muchos sitios y, por desgracia, para poder bailar en mi casa, que es aquí, tenemos que alquilar el teatro. En el Kursaal vamos a taquilla, lo que es un riesgo enorme cuando es un sitio tan grande. Pero bailar en casa no lo puedo comparar con nada. No iría alquilando teatros en ningún otro sitio, pero si lo tengo que hacer aquí, lo hago con mucho gusto.
En 2019, tras años trabajando en el extranjero, regresa a Zumaia. ¿Cómo fue esa vuelta?
L.L.: Para mí, fue una evolución bastante natural. Con trece años ya me fui a Donostia, con catorce me fui a Madrid. De Madrid, a Marsella; de Marsella, a San Francisco; de ahí, a Munich, a Dortmund, vuelta a Madrid. He seguido siempre la evolución de mi propio camino; he hecho las cosas porque sentía que tenía que hacerlo, no por seguir un nombre de una compañía especial, o un sitio, una ciudad: era porque estaba buscando mi evolución y aprender. Llegó ese momento donde yo había dimitido de la dirección en la compañía de Víctor (Ullate), que duró muy poco; una experiencia muy corta, no necesariamente positiva, pero de la que aprendí mucho. Cuando ya había dejado la compañía de Munich, estaba planteándome qué hacer, porque nunca me sentí ligada especialmente a Alemania. La idea fue venir a Madrid, las cosas fueron como fueron y, poco a poco, la idea de volver aquí se planteó en mi cabeza. Mucho basado en mi hija. Cuando era pequeña, me la llevaba conmigo; luego, llega un momento dado que tienes que pensar en su estabilidad. Nací y crecí en Zumaia y para un niño no hay una mejor vida que en un pueblo como éste. La independencia, la libertad, la seguridad que te da un pueblo así no la tienes en ningún otro sitio. La calidad de vida que tiene un niño en un pueblo como éste es incalculable.
¿Es diferente actuar aquí o fuera?
M.G.: La danza es universal, por lo que subirse al escenario y actuar provoca siempre más o menos la misma sensación. Depende del teatro o del tamaño del escenario y hemos sido muy afortunados por actuar en muchos teatros internacionales. Sí, cada audiencia y cada ciudad es diferente, pero para nosotros, sobre las tablas, cuando se encienden las luces y las cortinas se abren, siempre sentimos esa sensación natural, como si fuera nuestra casa. Ir de gira internacionalmente era mucho más fácil antes de la pandemia, pero hemos continuado viajando a múltiples sitios con nuestras obras y eso nos permite llegar a diferentes públicos y vemos que la gente es igual; cambia el idioma y la manera de hacer las cosas.
Está creando una compañía propia de danza. ¿Cómo va el proceso?
L.L.: El proceso ha sido tremendamente largo, porque es muy difícil; es más fácil crear a dos personas, porque es tu trabajo y lo organizas como tú quieras, que hacer una obra con un grupo de bailarines. Intentamos varias fórmulas y, al final, en ese proceso de trabajo y de búsqueda de cómo hacerlo de la mejor manera, decidimos que queríamos tener nuestro propio grupo de bailarines y, para eso, crear una pequeña compañía que funcionara por programas. Y también para poder apoyar en este mundo de la danza que me han preguntado tantas veces cuál es el problema y cuál es la solución. Y yo siempre he dicho: El problema veo cuál es; la solución, no la tengo. No tengo la posibilidad de encontrar una solución, pero si puedo aportar un granito de arena y ayudar a un grupo pequeño de personas o intentar apoyarles en cierto sentido, por lo menos tendré esa satisfacción personal. Llevo 33 años como profesional y, personalmente, he tenido una carrera súper satisfactoria. Oigo muchas historias de bailarines, historias reales, que tienen muchos traumas, han tenido muchos problemas. Yo no he vivido eso y sé que es posible no vivirlo. Nuestra compañía va a ser pequeña: vamos a contratar ahora ocho bailarines, cuatro parejas. Quiero aportarles eso, una experiencia positiva. Quiero crear una estructura positiva para que los bailarines disfruten tanto como nosotros disfrutamos, que vengan con nosotros de gira, y espero que les sirva también para sus carreras.
¿Qué diría a esa nueva generación de bailarines, para animarles a dedicarse profesionalmente a la danza?
L.L.: Primero, que no olviden nunca que la danza es un arte. Hoy en día, el arte es las redes sociales, el que ellos consideran. Tienen vídeos de diez segundos que ellos consideran que es lo que vale, lo importante. Eso no es el arte. Se está perdiendo también la individualidad, porque intentamos copiar todo lo que hace el resto de la gente. Cada artista era diferente, especial; eso hace que la gente te quiera ver a ti y no a otro. Sería importante volver atrás, en cierto sentido. Las proezas que se hacen hoy en día no se las hubieran imaginado ni los mejores bailarines en la época, pero que hagas esas proezas en una pantalla de un teléfono no significa que llegues a ser bailarín. Una cosa son diez segundos de una maravilla física y otra es mantener a la gente interesada y emocionada durante una hora o más en un escenario. Para eso hay que ser un artista y eso es algo que hay que trabajarlo.