¿Se esperaba un reconocimiento así? 

Para nada. El día que me llamó el alcalde había olvidado el móvil en una tienda y tuvieron que andar localizándome (risas). Al final, mi hija les pudo dar mi teléfono de casa y fue así como me enteré. Me quedé asombrada.

Menuda noticia, ¿no?

La agradezco de corazón porque acabo de cumplir mis bodas de oro como profesora de ballet clásico. Además, coincidió la noticia con la Navidad, así que parecía el regalo del Olentzero a toda esta carrera.

La Medalla homenajea a 50 años de danza, que se dice pronto.

Si, pero no me parecen tantos (risas). Se me han pasado muy rápido. Trabajar haciendo algo que te gusta es gustoso. Si sientes que es tu vocación, se te pasa más rápido.

Encima en Donostia, donde la danza siempre ha tenido una notable importancia.

Sí. Lo decimos mucho, pero porque es verdad: somos un pueblo que baila porque siempre ha bailado. Cada año, desde cada una de nuestras escuelas, salen dos, tres o cuatro elementos buenos que pueden hacer su carrera y muchos de ellos incluso llegar a convertirse en grandes bailarines. Así lo he visto en estos 50 años. 

Imagino que ver a bailarines que ha formado ser reconocidos internacionalmente será un motivo enorme de orgullo, ¿no? 

Sí. No tengo palabras para expresar lo que siento a través de cada uno de ellos. Es un orgullo, pero también un placer ver dónde están desarrollando sus carreras. No están en la danza de cualquier forma. Han recogido premios de todo tipo... el otro día mismo se anunció que Lucía Lacarra recibirá la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. Cada uno ha hecho su carrera de una manera brillante. Son personas muy trabajadoras que luchan por lo que les gusta.

Cuando reciben un reconocimiento así, ¿piensa en el pequeño grano de arena que ha podido aportar usted?

Quiero hacer hincapié en que estamos exportando verdaderos talentos al extranjero. Tienen que hacer sus carreras fuera y allí son reconocidos. Aquí todavía cuesta y no se les conoce. Por todo ello quiero decirlo claramente: la danza se debería ver mucho más a menudo. ¿Por qué no hacer una gala una vez al año y traer a toda la gente que está por ahí sin necesidad de traer ballet rusos o de otros países? Aquí tenemos suficiente elenco de bailarines como para hacer galas y, sobre todo, para que todas esas becas que se han dado puedan verse cómo han repercutido a la cultura vasca.

La Medalla también reconoce el papel que realizan las profesoras. 

En este caso, se ha premiado a mi persona y me siento muy dichosa por ello, pero a mi lado tengo un montón de compañeros que, cada uno en su estudio, está trabajando silenciosa y humildemente formando a nuevos talentos. El premio es una manera de que se vea también a ese profesorado. Son muchas horas dedicadas a nuestro trabajo. Hay que reconocer el mérito que tienen todos los profesores de danza. 

¿Va a celebrar de alguna manera especial ese reconocimiento?

Lo celebraremos allí mismo. Hemos preparado una pequeña coreografía con algunos de mis alumnos y, en esos dos metros y medio que tenemos de espacio, queremos que la danza esté presente. A Isabel Verdini le van a dar su merecido Tambor de Oro, por lo que, de alguna manera, se va a hablar de la danza este año en dos ocasiones, así que, como colofón, qué mejor que con baile. 

Con la Medalla vivirá la fiesta de otra manera.

Doy gracias a la vida porque ha sido de esta manera tan bonita y como final de mi labor, aunque todavía algunos años más seguiré (risas).