Nada más empezar a hablar se nota su pasión por lo que hacen. Están en Enseñanzas Profesionales del Conservatorio Municipal de Danza José Uruñuela y solo ver su agenda diaria –tres de ellos compatibilizan estos estudios con la formación reglada– da un buen ejemplo del trabajo, esfuerzo y dedicación que implica el camino elegido. El ir y venir es constante, también para quienes vienen de Bizkaia y Gipuzkoa, que son dos de ellos. Pero merece la pena.
En este caso, eso sí, sus nombres permanecen ocultos. También sus caras. Dos –ambos menores de edad– conocen, por desgracia, en primera persona las consecuencias que puede tener decir en sus colegios que hacen ballet. No se trata, eso sí, de entrar en detalles escabrosos de momentos concretos para dar el gusto a los amigos de lo llamativo, lo amarillo o lo escandaloso. Es cuestión de reivindicar la figura del bailarín.
“Tienes problemas durante toda la Primaria y como sigues con la misma gente en la ESO, al final te tachan. Eres el maricón”, apunta A.R., que cambió de instituto en Bachiller y “todo fue muy distinto”. “Hay mucho cafre. Por el mero hecho de decir que haces danza y por estar más con las chicas en Primaria, me metían bastante”, añade J.G. En su caso, en la ESO empezaron a mejorar las cosas.
Tanto E.R. de E. –“con mi familia y mi entorno, todo siempre ha ido bien”– como A.A. –“cuando empecé en ballet, como ya estaba en Bachiller, con quienes se enteraron no tuve ningún problema”– son conscientes de la realidad de sus compañeros y de otros bailarines en formación. Por eso comparten la misma idea. “Hay gente muy inculta. Se piensan que el baile no es para chicos y es necesario cambiar la mentalidad. Puedes ser un chico y que te guste el baile”, apunta el primero. “La solución a que al niño no le digan algo en el colegio por venir a ballet no está en no traerlo aquí. Está en educar a esos que ven algo malo en el hecho de venir. La solución pasa por la educación”, defiende el segundo.
Responsabilidad
“Hay menos chicos que antes en el conservatorio. Entre los más pequeños sabemos que hay casos de chicos que lo han tenido que dejar porque en clase se metían con ellos”, dice J.G, al tiempo que señala que “en cualquier colegio se hace fútbol, béisbol, pero también a veces baile. Eso sí, nunca ballet. ¿Por qué?”. En este sentido, E.R. de E. reivindica que en los centros escolares se den nociones de todo tipos de danza y de “que el baile es para todos”.
“Hay padres que tienen mucho miedo a lo que les puedan decir a sus hijos. Pero ante todo, debería estar la felicidad. Si a tu hijo le hace feliz bailar, hay que apoyarlo. ¿Por qué tiene que haber alguien que no hace lo que quiere por miedo a que le puedan pegar o insultar? Una chica dice que hace ballet y su familia, sus amistades y compañeros de clase la apoyan. ¿Por qué a un chico no?”, se cuestiona J.G.
Aunque en el centro se trabaja por “crear un conservatorio que constituya un espacio seguro, respetuoso y tolerante”, son conscientes de lo que pasa fuera de sus paredes. “Para erradicar la visión de que practicar danza clásica es algo exclusivo del sexo femenino, debemos trabajar en la sensibilización de esta disciplina enfocada al género masculino. Debemos romper con los estereotipos que se han construido en torno al género en la danza, donde la formación en las primeras edades escolares es una prioridad”. Por ello se van a implementar una serie de acciones a lo largo de esta legislatura con el soporte de los servicios municipales de Cultura e Igualdad.
Aprender y disfrutar
A.R. sonríe al recordar que cuando era pequeño “estaba todo el día bailando en casa, así que decidieron apuntarme a una academia”. A J.G. le pasó algo parecido, aunque a él, que también hacía gimnasia artística, el gusanillo le llegó tras ver un Así baila Vitoria. Otro que no paraba siendo niño es E.R. de E., así que el camino era lógico. Quien llegó más tarde al ballet fue A.A., quien era espectador pero nada más, hasta que un buen día vio la película Ballerina.
Él es el ultimo en llegar a la familia del Uruñuela y el único que no está realizando otros estudios. “Mi padre cree que no es una salida profesional segura”. Pero su apuesta es clara. Lo es en los cuatro casos, más allá de que mientras se forman, su día parece durar 48 horas –“a los compañeros de clase les sorprende todo lo que hacemos”, dice A.R.– y de que son conscientes de que el camino laboral no es sencillo. Aún así, reconocen que a la hora de buscar trabajo “en el mundo de la danza es una ventaja ser chico. Hacen falta más y hay menos”.
El futuro dirá. Su presente pasa por el conservatorio. Hay que seguir aprendiendo. Eso sí, también les sale la vena rebelde. A veces, por lo menos a parte de ellos, les gustaría romper lo establecido. Así lo expresa A.A.: “Le cogí el gusto al ballet porque me gustaba cómo bailaban las chicas. Pero los chicos no hacen eso. Cuando entré aquí, me dejaron hacer puntas. Hay muchas chicas que también quieren hacer saltos y giros. Ojalá pudiéramos hacer todos de todo”.