El viernes día 12 de abril tuvimos la oportunidad de asistir al estreno de la obra Quosque tandem abutere presentado por el grupo de dantza contemporánea DNA’24 en el centro cultural Iortia de Altsasu. Un colosal trabajo de 5 personas (cuatro dantzaris y un músico, cantante, presentador…), sorprendente desde el primer momento. (No lo voy a detallar para no privar a quienes lo vean por primera vez, de la impresión el asombro y la emoción que provoca). Un recorrido sobre el universo de Oteiza, apoyándose primordialmente en su ensayo de 1963.

Un trabajo que se manifiesta absolutamente honesto, por la manera de superar las dificultades de asumir y de interiorizar un personaje tan complejo como el de Jorge Oteiza y entregárnoslo con la generosidad y entusiasmo que lo hicieron durante toda la representación. Sin concesiones veleidosas que nos distraigan del mensaje –no pretenden un espectáculo–.

Cada movimiento, cada gesto, cada expresión, cargados de simbología, se corresponde con precisión a los múltiples matices de la magnitud de la personalidad de Oteiza. A través de nuestros sentidos (esos “servidores del espíritu” en el decir de Sillanpää), pudimos captar las esencias de Oteiza –y hasta los aromas sutiles, suaves, lenitivos de Itziar que ayudaron a modelar el carácter abrupto del maestro, pero que no modificaron su posición firme, inflexible ante los avatares de índole artística, política y existencial y la evolución de la cultura vasca, que tanto le preocupaban –, que nos presentaron la música, la coreografía, los decorados y el esfuerzo de los protagonistas. Resultado: una sucesión de emociones que mantiene “el estilo propio de nuestra conducta tradicional, la acción histórica y confabuladora de nuestra sensibilidad existencial, sin confundir nuestra vocación responsable de ser, con el oficio funcionario de vivir (Quosque tandem…!).

También nos dejó escrito el maestro que “la canción vasca es, como la escultura en vasco, cóncava, no grita, es de protección y en silencio”. Casi seguro de que si hubiera podido estar, habría manifestado su disconformidad con el exceso de decibelios. Lo que sí es seguro es que se había emocionado. Y os habría abrazado.

El poeta nos envió un mensaje en Androcanto y sigo: “el que canta que diga toda la verdad”. No sé si en la representación se recoge toda la verdad, pero sé que lo que se dijo es verdad. A todo esto habría que añadir el obsequio del epílogo: tan espontáneo, tan interesante, tan cercano, tan cargado de emoción, tan sincero, tan agradecido, tan… ¿familiar?

Creo que es importante decir que estas impresiones son de alguien que no está puesto en la disciplina de danza contemporánea (ni en muchas otras), por lo que sería muy interesante conocer la visión de personas más experimentadas.