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‘Joanikot’, bello ejemplo del teatro popular vasco
Es la pastoral una pieza singular y maestra del teatro popular vasco que ha conocido un muy interesante proceso de evolución. Está emparentada, en el tiempo, con los autos y misterios sacramentales de finales de la Edad Media y otras manifestaciones del teatro religioso europeo y, en el espacio, con las farsas chariváricas, la propia Maskarada suletina y, si se me permite el apunte, con el sistema de dances o paloteados del Ebro y los Balls Parlats.
El calificativo popular no es gratuito; del pueblo salen los actores, los músicos, los dantzaris y el propio público que trasciende la mera función de espectador participando en inteligente complicidad en lo que sucede en la escena. La pastoral posee una estructura y una mecánica, fraguada en el tiempo, que la configura como una tragedia ritual. Su misión didáctica se apoya en el enfrentamiento elemental de los dos principios absolutos y eternos: el bien y el mal, que tutelaban la moral campesina. Así, el escenario y sus accesos se distribuyen, según esta división, en el lado de los cristianos y el lado de los turcos. Por sus respectivas puertas acceden y se retiran los buenos y los malos en cortejo protocolar, medido, sin confusión posible al son de sus melodías propias. No es difícil adivinar de qué lado estarán Joanikot y los suyos. Una tercera puerta central se reservaba para la divinidad.
La estructura formal de la pastoral es precisa y redundante de modo que condiciona y delimita el fondo. Somete a los actores a la maniquea división con un código cerrado que le da solidez e intemporalidad, como sus medidas y reiteradas entradas y salidas, los giros de doscientos setenta grados para dar un cuarto de vuelta, el apresurado blandir de la makila en el grupo turco, más desairado que el cristiano, o la acusada rigidez y falta de expresión interpretativa. Al resultado contribuye principalmente la técnica recitativa, casi cantada o salmodiada que se apoya sobre una base rítmico-melódica característica que los propios actores subrayan con ayuda de su inseparable makila.
La música y la danza se intercalan en la representación sirviendo de refresco y divertimento y refuerzan la expresión popular suletina del conjunto. Al sencillo conjunto instrumental de txirula, ttun-ttun o salterio y atabal se fueron sumando otros instrumentos de viento hasta formar la hoy orquesta habitual que señala y anima las transiciones y los bailes. Entre estos destaca la indispensable satan dantza, vinculada al diablo que preside la puerta del mal, y otros bailes que, en ocasiones, incluyen los de la maskarada al completo conectando la pastoral con el ciclo carnavalesco ritual de Xuberoa. El canto a capella, coral o solista, siempre brillante, redobla el sentimiento de los pasajes e ilustra la obra con las melodías tradicionales.
Carece la pastoral del tempo escénico y de la estructura del teatro clásico o del que coreógrafos y directores actuales buscan para sus obras. Tampoco precisa de la complicada tecnología moderna. Hay, sin embargo, serenidad y sosegada armonía tanto interna como en relación con su entorno natural (recuérdese que es teatro popular al aire libre, aunque este domingo se quebrante la regla). La comunicación con el público, siempre cercano, es real y completa, lo que explica su éxito.
El idioma es el euskara en su dialecto suletino; la edición del texto en euskara unificado, en castellano y en francés ayuda al espectador. Elocuente es la evolución histórica del sujet, el personaje central de la pastoral. Los santos y los personajes bíblicos protagonizaron los textos desde la Edad Media, mayoritariamente hagiográficos. A partir del siglo XVIII y durante el XIX la atención popular se vuelve hacia los héroes de las grandes gestas y leyendas francesas. Es a partir de mediados del siglo XX cuando se aprecia un sesgo en la temática y aparecen, cada vez con mayor frecuencia, los personajes vascos: Matalas, Bereterretxe, Santxo Azkarra, Iparraguirre, Agostí Xaho,…
La pastoral es paradigma de la innovación en la tradición. Joanikot, al tiempo que nos enseña nuestra historia, nos muestra la frescura y vitalidad de un teatro folclórico de muy lejano e incierto origen al que los xuberotarras, con afán de siglos, han dotado de un incalculable valor.
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