‘Don Quijote’

Dirección: Almudena Lobón. Programa: Demostraciones danza clásica y moderna, música de Verdi, y Delibes, Coreografías: A. Lobón, y Cristina del Pozo. Don Quijote, Minkus / A. Lobón aprés Petipa. Con Karla Maldonado y Marín López al frente de un extenso re

Como ocurre con otras obras literarias -Don Juan-, Don Quijote, antes de llevarse a la ópera o al poema sinfónico, fue ballet. Es más, en este caso, el Don Quixote ballet, ha prevalecido sobre otras expresiones musicales del personaje cervantino. Es un ballet en repertorio de todas las grandes compañías. Almudena Lobón, que también lo tiene en repertorio, -junto a otros grandes títulos-, se ha sumado al año de Cervantes de la mejor manera posible: recreando con indudable calidad -haciendo gala de su capacidad balletística-, la ensoñación del Ingenioso Hidalgo, a través del bien llevado argumento de las Bodas de Camacho.

La versión coreográfica que Almudena ha preparado este año -siempre según Petipa- ha sido, como en otras ocasiones, colorista, fluida en el movimiento de los grupos, disciplinada, bien vestido e iluminada, con álgidas cumbres solistas, y bien repartidas variaciones entre los “demisolistas”. Pero, además, me ha gustado especialmente, por cierto despojamiento de la escena, a favor de unas proyecciones sencillas, pero contundentes y logradas que creaban ambiente; cierto comedimiento en los grupos, en cuanto a número, de igual -y grandioso- efecto plástico; un cuerpo de baile masculino de fuerza, elegancia y perfecta compenetración entre ellos; novedad en solistas -que han salido muy airosos-; y ciertos detalles, como, por ejemplo, un Sancho -personaje que no se suele atender- y que, al estar tan bien interpretado (Casanova), dio a su escena otra vitalidad. Siempre se descubre algo nuevo e interesante en estas veladas, sobre lo que podría caer en rutina de repertorio; esa es la gran satisfacción: de rutina nada.

El primer acto nos depara una presentación de los solistas magnífica: el Basilio de Marín López sorprende por sus giros en el aire, por la seguridad en el vuelo que mide el escenario. La Kitri de Karla Maldonado va a estar siempre en su papel de pizpireta mandona con abanico, sonriente enamorada, y, compenetrada bailarina con su partenaire -Basilio- con quien firmará un paso a dos final que dejó al público en sepulcral silencio, disfrutando de los momentos mágicos de las puntas, los plantes sobre una punta, y las elevaciones sin vacilación y muy seguras, gracias a la fortaleza de Marín López. En solitario, magníficas variaciones.

Resalto los cuatro toreros por la bien llevada simetría, por la intención de altura en toda su intervención, por la gracia expresiva. Y, por supuesto, el esplendor del baile de las floristas, de Sancho y las jóvenes, de la jota, etc con todo el cuerpo de baile. Y, además con detalles, como esa elevación de las bailarinas que hacen de toro: original y bien realizada. Todo el pasaje de cíngaros es de buena danza y de exhibición de trajín con el mantón, de puntas -excelente la solista-, y de especial gracia, sobre todo en las más jóvenes. El paso a dos Goñi-Casanova, otro gran momento.

La transición al ballet blanco, mediante la ensoñación de Don Quijote, está muy bien hecha; nos hallamos en el mundo de las Dríades, enmarcado por un firmamento estrellado, el escenario limpio, y los flotantes movimientos de tules y puntas. Es el inmortal ballet que tanto nos gusta. Y el final, en un salón al que aportan elegancia los tules en blanco y negro, se desarrolla la apoteosis del tutti colorista y de abigarrada danza. Una versión muy bien medida, muy ajustada al lucimiento de lo que se tiene. Espléndida.

No quiero acabar si hacer una mención a la excelente coreografía de Cristina del Pozo para la música de Delibes, que cerraba la primera parte de la velada: a esa preciosa música desmayada, un movimiento ondulante, con la simplicidad de lo logrado.