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Festival de danzas y música en Tokashiki
Pablo A. Martin Bosch, “Aritz”
El mes de julio, junto al de agosto, es uno de los más propicios para la celebración de festivales de todo tipo, entre los que vamos a destacar los de cultura popular o folklórica.
Ha sido en julio de 2008 cuando hemos aprovechado la oportunidad de visitar la isla de Tokashiki, disfrutar de su clima y de sus playas, y realizar una primera aproximación a su cultura tradicional asistiendo a una celebración de ese tipo.
Tokashiki es una pequeña isla situada en el antiguo reino de Ryukyu, actualmente perteneciente a la prefectura de Okinawa, al sur de Japón. Es famosa, pues sobre sus costas se realizó el primer desembarco importante de estadounidenses al final de la segunda guerra mundial, lo que les permitió acceder a la isla principal (Okinawa) y, desde allí, bombardear las principales ciudades niponas hasta concluir la guerra.
En Tokashiki, con el fin de impedir el avance estadounidense, muchas personas encontraron la muerte llegando a realizarse suicidios colectivos por no caer en manos enemigas. Las gentes del archipiélago no eran beligerantes. De hecho, se les había prohibido poseer armas en el siglo XV (1492), lo que mantuvieron a rajatabla por la dominación imperial.
Esta situación, junto a la consiguiente de utilizar su lengua – similar a lo que ocurría entre los ainu de Hokkaido – y desarrollar su cultura les relegó a un segundo plano social frente a las islas del sol naciente. El acervo de Okinawa se vio mermado, y no logró mantenerse salvo como manifestación folklórica.
Como ha quedado indicado, en el verano de 2008 hemos tenido la ocasión de presenciar algunas de sus muestras sonoras (el golpear de enormes tambores) y coreográficas (danzas). Estas últimas van a centrar el estudio que a continuación vamos a relatar. Se trata de un festival veraniego, de una introducción a los bailes masculinos de Okinawa, no de un estudio en profundidad de su cultura, ya que nos hemos visto limitados a una sola representación presencial.
La exhibición se realizó el 25-07-2008 en un descampado junto al puerto de Tokashiki. Allí encontramos varios puestos de bebida y comida en torno a los cuales se aglomeraban propios y extraños. Las mesas y sillas, así como los plásticos extendidos por el suelo agrupaban a familias enteras y a sus amistades.
En uno de los lados se elevaba una tarima donde se situaría el centro del espectáculo y, en su momento, los músicos, mientras frente a él una explanada marcaba el lugar en el que se ejecutarían las danzas.
La comitiva de danzantes cuenta con varios personajes que irán interviniendo ordenadamente, unos detrás de los otros, en una exhibición que durará varias horas.
Los primeros figurines – dos – portan un gran palo sobre los hombros del que cuelga un gran garrafón con awamori (aguardiente de arroz). Estos realizan movimientos exagerados levantando las rodillas hasta la cintura. En ocasiones, dejan el utensilio en el suelo y dramatizan con las manos. A veces parecen recoger algo del suelo, o fingen las labores del campo. Por fin realizan una serie de desplazamientos agarrándose por los hombros antes de concluir su exhibición. Entonces vuelven a sus puestos y recogen la garrafa de awamori, que transportarán entre ambos llevándola colgando de la mitad del palo.
Su vestimenta consiste en zapatillas de color oscuro, polainas a rayas, camisa y pantalón blancos con faja y adornos en la pechera, portando un sombrero en el que resalta el color rojo. En la mano llevan una especie de escobilla. Trajes que nos recuerdan a los del carnaval labortano.
Su función parece consistir en acotar el lugar de danza ahuyentando los malos espíritus; algo en lo que parecen relacionarse con algunas figuras del carnaval vasco.
Estos danzantes, tras terminar su función, cogerán la garrafa de awamori, y la transportarán obligándola a hacer vaivenes.
Siguiendo a los portadores de awamori va el portaestandarte. Un forzudo que lleva el emblema de la comparsa, que irá moviendo hacia los lados al ritmo de la música y los silbidos.
La vestimenta de éste se compone de pantalón y camisa blancos, con un cinturón de soga – al igual que quienes le preceden – y un pañuelo rojo en la cabeza.
Los movimientos del abanderado son iguales a los de los anteriores, sólo que ahora se agachan dos veces seguidas, y el estandarte toca el suelo.
Tras la bandera van dos tambores marcando el ritmo con el mismo paso básico que el resto de danzantes. Visten sobre sus pantalones y camisas blancas casacas de color oscuro.
A continuación va un grupo de dieciséis bailarines armados con un pequeño palo y un tambor o pandereta, que irán golpeando al ritmo marcado, a la vez que realizan ejercicios que pudieran tener relación con las artes marciales.
Como vestimenta llevan chaleco de color oscuro, un pañuelo rojo en la cabeza, alpargatas y polainas, así como una faja también roja.
Van formando grupos de a cuatro. Los movimientos con las manos nos recuerdan – como se ha dicho – algún tipo de ejercicio guerrero, lo que contrasta con los instrumentos que portan (el palo y el pequeño tambor a modo de escudo).
Detrás, otra parte de la comparsa, vestidos con grandes blusones sobrepuestos a la camisa y el pantalón blancos, con altos gorros, o sombrero de junco – uno de ellos –, y con la cara pintada de blanco, van marcando el ritmo con sus estridentes silbidos.
Estos personajes van situándose alrededor de la comparsa de supuestos guerreros, y se encargan de marcarles las filas. Este grupo constituirá el conjunto de cómicos. Al contrario que el resto de sus compañeros, éstos se limitan a realizar movimientos de vaivén con las piernas.
Mientras tanto, la bandera se va situando en la parte trasera del grupo.
Sobre el escenario se encuentra el conjunto musical que repite sin cesar su monótona música con las guitarras de tres cuerdas (shan-shin).
El que lleva el sombrero de junco va pasando revista a las filas de danzantes.
Tras la exhibición “guerrera”, los bailarines se agachan. Es el turno de quienes han estado deambulando a su alrededor.
Es el momento, también, en que los porteadores reparten el awamori.
La demostración de quienes se encuentran ahora en movimiento recuerda a las labores agrícolas, agachándose en lo que parece segar el cereal, y el ritmo se acelera, aunque no demasiado. Es el momento en que el que va tocado con el sombrero de junco se acerca al público, sobre todo a los niños y a las mujeres, y el resto de sus compañeros hace lo propio, mientras los “guerreros” se mantienen agachados.
Una vez más, los “guerreros” se incorporan y vuelven a repetir sus aburridos movimientos. Ahora, sin embargo, van configurándose grupos de a cuatro, que parecen enfrentarse entre sí, a la vez que se prestan ayuda mutua. A su alrededor el resto de la comparsa continúa con su vaivén, y los tamborileros danzan al frente de tan original ejército.
Por fin el grupo se retira, y entra otro – proveniente de otra localidad –, con dos estandartes seguidos de cuatro grandes tambores y doce atabaleros.
Nuevamente existe un personaje – con el sombrero de junco – que va comprobando las filas de danzantes. La música al igual que en las danzas anteriores se repite una y otra vez, aunque sus pasos son más marciales y menos exagerados que en la exhibición previa.
Otra figura que volvemos a encontrar es la de porteadores del awamori, que llevan pintada la cara de blanco, con finos bigotes de felino en negro.
En esta ocasión en lugar de silbar, gritan.
Tras la muestra de los tambores llega el turno de los cómicos – cinco – que parecen orar ante el público, y repiten movimientos de siega.
Llega entonces el turno del monstruo, que aparece en la tarima de los músicos, y baja al escenario de un salto. Se trata de dos danzantes – uno hará las veces de la parte delantera del animal, y el otro de los cuartos traseros – disfrazados como si fueran un Shisa (león sagrado característico de Okinawa), Shisa se lanzará entonces entre el público, dando por finalizado el espectáculo.
El día 26 no desaprovechamos nuestra amistad con los profesores de la universidad de estudios extranjeros de Kobe Kazuyuki Taketani, Masahiro Inagaki, y la profesora Etsuko Mii para adentrarnos en el significado de las exhibiciones que habíamos presenciado la jornada anterior.
Nos llamaban la atención varios elementos y motivos de la representación. En primer lugar, el hecho de que los movimientos de algunos danzantes pudieran ser interpretados como ejercicios militares.
En nuestra conversación concluimos que efectivamente su origen pudiera situarse en la respuesta a la prohibición impuesta a los pobladores de Okinawa a portar armas, de manera que éstas fueron sustituidas por utensilios menos peligrosos. Los pequeños panderos desplazaron a los escudos, lo mismo que los palos a los cuchillos o espadas. Se trataría, así, de recordar las técnicas de lucha antiguas, aunque de un modo menos dramático.
Esta cuestión nos llevaba a reflexionar acerca de las danzas de bastones y espadas en el País Vasco, en el sentido de que allí también, como en Ryukyu, los ejercicios de ataque y defensa pudieran verse reflejados en la coreografía tradicional (por ejemplo en la Makil dantza y en Ezpata Joko Nagusia y Ezpata joko txikia de la dantzari dantza del duranguesado vizcaíno). En ambos casos ejercicios de esgrima pudieran haberse visto relegados a sus respectivas composiciones.
La respuesta no nos parecía excesivamente concluyente ya que debíamos tener en cuenta otros elementos.
Hemos mencionado en diferentes ocasiones la imitación de la siega del cereal y de las labores agrícolas que hacen los bailarines. Si se tratara simplemente de una representación guerrera – que por lo demás no concuerda con la idiosincrasia del archipiélago –, tales exhibiciones carecerían de sentido, no así si se tratara de un ritual agrario (de cosecha) revitalizado o unido a una danza guerrera. En el País Vasco podemos hallar también la asociación de las danzas de palos entrechocando con los rituales de fertilidad y de labranza, tal y como relata Julio Caro Baroja[i], y que hemos hecho nuestra en la tesis doctoral sobre la hermenéutica de las danzas vascas[ii]. De hecho, parece que la danza, amén de reflejar unos movimientos militares, es también un ritual de defensa de la cosecha ante los malos espíritus que acechan a la misma y a la prole (amenaza sobre los niños y mujeres).
Las danzas de armas dejan así de ser algo exclusivamente guerrero, para pasar a transformarse en verdadero ritual campesino.
El papel desempeñado por los cómicos nos recordaba también a algunos personajes de las representaciones vascas (como los de las mascaradas negras de Zuberoa). Dichos actores han sido interpretados en ocasiones como encarnaciones de lo otro, del enemigo a abatir o del extranjero, en su sentido agrario. Se trataría de las adversidades propias de la época de cosecha, es decir, de la propia naturaleza en su faz más desfavorable. Esto, que en las fiestas vascas se muestra bajo la forma de oso, aquí halla su figura en Shisa, el león sagrado, principio y fin de todo lo existente (A y M, representados con el león característico de Okinawa bien sea con la boca abierta o cerrada respectivamente).
El abanderado, al igual que en el caso vasco, representa el estandarte de la población que ejecuta las danzas. Se trata de una figura identitaria, en la que los participantes se ven reflejados y, a su vez, protegidos.
Por último encontramos al maestro de danza, al personaje que mantiene el orden en el desconcierto aparente. Es quien deambula casi sin bailar alrededor de las diferentes comparsas y quien mantiene el precepto. Figura esencial para que todo se desarrolle según lo estipulado, pero que pasa desapercibido a la vista de los profanos, y que entre los vascos encontramos como cachimorro, bobo y otras similares.
Una vez debatido acerca de los diferentes personajes que actúan en la exhibición podemos llegar a las siguientes conclusiones: se trata de una danza guerrera, personificación del modo de luchar de los habitantes de Okinawa en pequeñas fratrías (de a cuatro) dirigidas por un líder local. Tales batallas no son necesariamente de carácter humano, sino también divino, de manera que se pretende la defensa de la comunidad ante la adversidad tanto agrícola cuanto productiva socialmente (rapto de los niños y de las mujeres), que es el mayor mal que puede sufrir el conjunto.
La bandera da unidad al grupo, que se protege además de los genios (cómicos) y otros seres (Shisa) que puedan hacerles daño.
Por fin, el awamori bebido de la tinaja común, puede ser considerado como un ritual de sociedad, en el sentido apuntado por Mircea Eliade[iii] y por Arnold van Gennep[iv], a la vez que nos pone en relación con su elaboración y consumo, ajeno al quehacer propiamente guerrero de la danza, tal y como pudiera parecer.
Entre las danzas vascas podemos observar algunas estructuras comunes a lo dicho anteriormente, así, en la dantzari dantza del duranguesado vizcaíno los figurantes desfilan, al igual que en Okinawa, tras su estandarte local. También aquí encontramos danzas guerreras en las que se entrechocan bastones (makilak) y espadas (ezpatak) en verdaderos ejercicios de lucha; sin embargo, y al igual que en las danzas del archipiélago japonés, son varias las interpretaciones que se han dado al respecto[v], como por ejemplo: que se trate simplemente de alardes de armas o danzas guerreras, que sean exhibiciones agrícolas, que reflejen rituales propios de las cofradías de ferrones o herreros, que encarnen acciones medicinales o chamánicas, o, en fin, que sean ritos de pubertad – tal y como defendimos en nuestra tesis doctoral –. Todas las puertas quedan abiertas para su posterior interpretación.
[i] Caro Baroja, Julio, Baile, familia, trabajo, ed. Txertoa, San Sebastián, 1976; El estío festivo, ed. Taurus, Madrid, 1984; El carnaval, ed Taurus, 1984; La estación de amor, ed. Taurus, 1979.
[iii] Eliade, Mircea, Iniciaciones místicas, Taurus, Madrid, 1986.
[iv] Gennep, Arnold van, Los ritos de paso, Taurus, Madrid, 1986.
Pablo A. Martin Bosch, “Aritz”
(Doctor en Filosofía por la UPV/EHU,
Licenciado en Filosofía por la UD,
Licenciado en Antropología social y cultural por la UD,
Especialista universitario en Ciencia, tecnología y sociedad por la UNED)
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