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Aproximación a la cultura de los Ainu

Pablo A. Martin Bosch "Aritz"
Introducción

 

Entre Julio y Agosto de 2008 hemos decidido aproximarnos a la cultura japonesa dividiendo la misma en tres áreas de investigación: la de las islas Kuriles, Sahalin y Hokkaido; la propiamente japonesa del centro del archipiélago; y la del sur, correspondiente al reino Ryukyu de Okinawa.

Los tres acercamientos los hemos realizado gracias a la inestimable ayuda del profesor de la

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Universidad internacional de deporte Kazuyuki Taketani, quien, además de guía y amigo nos ha servido como interlocutor. El preparó con exactitud matemática los viajes, las visitas, y los materiales que pudieran ser de nuestro interés; así que, sin su colaboración este contacto con la cultura ainu, así como con el resto, hubiera sido un estruendoso fracaso.

En el caso de los ainu hemos dirigido nuestros pasos en tres direcciones convergentes: la recopilación de material escrito y fotográfico[i] (tanto en papel como en Internet), de donde saldrá la mayoría de los datos históricos y citas bibliográficas; la asistencia a los museos y a las representaciones en los poblados de Poroto Kotan y Nibutani; y, por último, la conversación con un representante ainu en el poblado de Poroto Kotan.

De todo ello ha resultado esta primera reunión con la cultura de los ainu, que a continuación pasamos a exponer.

 

Historia

Hace aproximadamente 30.000 años las tierras continentales de la actual Rusia se extendían a lo largo de lo que hoy conocemos como Hokkaido a través del estrecho de Soya[ii], mientras la parte central del actual Japón se unía a la península de Corea por el estrecho de Tsuhima[iii], a la vez que existían puentes naturales entre Hokkaido y Honshu, en el norte, y Kyushu y las Ryukyu (Okinawa) por el sur.

Mas tarde, sobre el 10.000 antes de nuestra era, los mares ocuparon las extensiones que actualmente conocemos. Tenemos, así, un período de tiempo que va desde el -30.000 hasta el -10.000 para poblar de algún modo la mayor isla del Japón actual.

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 Según los investigadores, hace aproximadamente 20.000 años el hombre llegó a lo que llamamos Hokkaido. Y lo pobló.

 Entre el -10.000 y el -300 se desarrolla a lo largo de todo el Japón la cultura Jömon, o sea, la alfarería de cuerda[iv]. En las tierras ocupadas por los ainu se han hallado elementos pertenecientes a dicha época.

"El ainu es un pueblo caucasuide norasiático que Ilegó a las islas en una época muy temprana, extendiéndose por Hokkaido y el nordeste de Japón, donde muchas voces ainu aún perduran. Algunas palabras ainu tienen un fuerte parecido con sus análogas japonesas. Kamui, en ainu, suena casi igual a la palabra japonesa para decir dioses, kami. Ciertos arqueólogos han argumentado que el Jõmon Tardio en Japón noriental fue un periodo de cultura ainu; no obstante, el papel de la cultura ainu durante los períodos Medio y Tardío no queda del todo claro. A lo largo de los sucesivos siglos, los ainu, o ezo o emishi, como también se les llamó, fueron empujados cada vez más hacia el norte por las étnicamente distintas y expansivas tribus de Honshu. Si bien su cultura ha logrado sobrevivir hasta nuestros días, los ainu se han visto sometidos a una gran presión a causa de la marea de inmigrantes llegados de Honshu durante el pasado siglo[v], y ahora su proceso de asimilación es acelerado. En Hokkaido continúan celebrándose los festivales ainu del oso y del salmón y apenas quedan exponentes puros de esta raza"

[vi].

Se trata, por tanto, de una cultura previa a la japonesa, que se extendería originalmente desde Hokkaido, el extremo septentrional de Honshu, Kamchatka, las islas Kuriles, el sur de Sajalín y, antes aún, al NE de China, donde se les llamaba tung.

Amiram Gonen[vii] propone que se trata de un grupo proto-caucásico de cultura neolítica que llegó a ocupar todo el Japón. Una cultura que tiene relación con otras del círculo polar ártico, como los inuit o los saami, tal y como aparece en el mapa del museo ainu de Shiraoi, Porotokotan.

Si bien su origen es incierto, y los antropólogos aún no saben dónde clasificarlos (si entre los mongoloides, los australes o los europeos, aunque esta última no tiene muchos seguidores), la UNESCO los trata de caucásicos, proto-asiáticos e, incluso de un tipo específico, aparte de los ya enunciados. Hoy en día la hipótesis más utilizada habla de un grupo proto-mongoloide, a partir del cuál surgieron los mogoles, entre otros sub-grupos[viii].

Se supone que hace unos 20.000 años los pueblos del sur de Asia fueron desplazándose hacia el Este, conquistando el archipiélago japonés. Sin embargo, hasta finales del siglo XVIII apenas mantuvieron contacto con los japoneses[ix], y hasta el siglo XIX no se dedican a la agricultura, ni trabajan los metales, objetos que consiguen mediante el comercio, siendo eso sí expertos entalladores, famosos por las empuñaduras de sus espadas.

Los ainu, de hecho, no son ni japoneses, ni tampoco rusos, y sus diferencias se muestran incluso en las características corporales, como, por ejemplo, el vello corporal más abundante, la barba y el bigote, los ojos castaños, sin pliegue epicanto (piel del párpado superior), la nariz prominente, y la notable longitud del tronco en relación a las piernas. Gonen menciona, además, el cabello ondulado y la piel más clara.

En sus orígenes eran cazadores, pescadores y recolectores. Cazaban osos, ciervos, focas y ballenas con arcos y flechas. El oso[x] era muy temido, y se cazaba con flechas envenenadas atadas con una cuerda. En el museo de Porotokotan pueden observarse varias escenas de caza, así como sus utensilios más preciados.

Durante la era feudal (el año 659) varias avanzadillas procedentes de Japón[xi] penetraron en la isla. En aquél tiempo la consideraron como inhóspita tierra de ainus, de desertores, traidores y criminales[xii].

Para el siglo IX los japoneses se instalaron en Ezo (actual Hokkaido).

En 1457 los ainus perdieron la batalla de Koshamain[xiii] (en Honshu) frente a los japoneses; en 1669 volvieron a perder en Syaksyain, y en 1789 en Kunasiri-Menasi. A partir de ahí – según la UNESCO – entraron en un proceso de asimilación y aculturación por parte del Japón. Amiram Gonen retrasa el proceso de asimilación a 1868. Hemos de tener en cuenta el carácter no belicoso de los aínu, así como que las espadas las conseguían no trabajando el metal, sino mediante el comercio, de manera que no eran de la mejor calidad.

1860 es una fecha nefasta para la cultura autóctona, pues es el año en que se abre el “camino hacia el mar del norte” (hokkaido), y comienza la conquista de la isla, al modo como en los EE.UU. se hiciera la del oeste, confiscando las tierras y prohibiéndoles la caza y la pesca[xiv] a sus primitivos pobladores. La situación de los ainus fue degradándose hasta el punto de renegar de su propia cultura, llegando casi a su extinción. Un año antes, en 1859, Hakodate pasó a ser uno de los pocos puertos abiertos al comercio exterior[xv], y en 1868 comienza la restauración Meiji en Japón con la consiguiente pérdida de los valores tradicionales (motivo de la película El último samurai). A las mujeres ainu se les prohibió hacerse tatuajes y a los hombres llevar pendientes, y se abrió la oficina que favoreciera el asentamiento de japoneses en la isla[xvi], que llegaría al millón de personas en 1900.

En 1899 se dictó la Ley de Protección de los Aborígenes de Hokkaido, en la que se enumeran las diferencias anatómicas con los japoneses.

El boom demográfico japonés en la isla se dio al concluir la segunda guerra mundial, al abandonar los ejércitos imperiales Manchuria[xvii], y asentarse en nuevos territorios ainu.

En 1972 se celebraron los Juegos Olímpicos de invierno en Sapporo, obligando al gobierno a suavizar las presiones sobre los ainus[xviii].

A partir de los años 80 del siglo XX comenzó el interés por la cultura, tanto entre los nativos cuanto entre los mismos japoneses, ésto incidió en los movimientos de recuperación de la cultura, y desembocó en la revitalización de la lengua en la década de los 90, y en la nueva ley de ayuda a los ainu de 1998[xix].

Hoy cuentan con representación propia en el Parlamento japonés. Si bien, como denuncia Amiram Gonen, la marginación y el desempleo es muy alto, constituyendo uno de los grupos más pobres del Japón.

 

La lengua

 

 

El término “aino” o “ainu” se refiere –según la UNESCO – a lo humano, opuesto a “kamui”, lo divino. Los japoneses les llamaron ezo o yezo, mientras entre ellos se consideran utari (camaradas)[xx].

Charles Dunn[xxi] afirma que los ainu se encuentran en peligro de extinción. Sin embargo en los últimos años se está intentando recoger los usos, las costumbres, la lengua y, en definitiva, la cultura de un pueblo tan enigmático como éste.

Su lengua[xxii] –resalta la UNESCO– es muy diferente del japonés y del coreano, y actualmente se halla en proceso de recuperación.

Entre los siglos XIX y XX se estudiaron al menos dos dialectos (en Sajalín y Hokkaido). Gonen también nos habla de varios dialectos (sin especificar cuántos, ni cuáles), que no poseerían relación con ninguna otra lengua conocida. No se trata de una lengua escrita, sino transmitida por tradición oral, si bien se ha trascrito al japonés.

El poema épico por excelencia es el yukar[xxiii], conjunto de sagas heroicas.

 

La vivienda

 

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Al sentirse observados, los ainu de Shiraoi se sintieron molestos y decidieron que para contentar a todo el mundo, es decir, a la población autóctona y a los turistas e investigadores, recrearían un poblado aínu junto a al lago Porotokotan, lugar en el que hoy, además, se ubica el museo ainu.

Antes de entrar, en la zona de aparcamiento, nos encontramos un enorme poste labrado a modo de tótem. El cuerpo del mismo está formado por una serie de osos entrelazados, en su cúspide hay un búho o una lechuza, motivos que se repiten constantemente en las figuras labradas que venden a la entrada.

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Tras sobrepasar la puerta nos llama la atención el gran monumento dedicado al hombre ainu, y el hecho de que no exista el correspondiente para la mujer, toda vez que sabemos que éstas pueden, al igual que los hombres, ejercer de chaman o guía espiritual. Tal igualdad  sí que queda reflejada en figuras labradas en madera de menor tamaño, y queda patente también en la solidaridad que muestran las comerciantes, índice del trabajo comunitario.

A los pies de la estatua vemos una madera lisa colgando bajo techo y con un pequeño palo a su lado.

A continuación nos adentramos en el poblado, compuesto por cuatro casas y algunos hórreos.

Las casas (kotan) son de madera, con las aberturas entre los troncos rellenas de paja y hojas. Las habitaciones se orientan al Este, donde se abre la “ventana de los dioses”; hacia el Oeste se abre la puerta de los aino. En el centro del habitáculo se sitúa el fuego, y sobre él, en el tejado, se abre un agujero para que salga el humo[xxiv].

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Fuera de las viviendas, y en el lago podemos observar algunas canoas de gran tamaño hechas ahuecando un solo tronco. La pesca ha sido tradicionalmente uno de los modos de vida de los ainu y, de hecho, sus poblados los encontramos junto al mar o a ríos y lagos.

No existen empalizadas o muros de defensa, no sólo por tratarse de una recreación, sino porque su población no se ha sentido realmente amenazada desde su conquista y colonización japonesa.

Dentro de las viviendas podemos comprobar la existencia de una relativamente pequeña entrada, que perfectamente ha podido servir a los niños de refugio en los días desapacibles, al modo que existe hoy en las casas japonesas, y, más adentro, una enorme habitación en la que encontraremos las vasijas apiladas en una esquina, el fuego central, el pescado puesto a secar, y algunas  mujeres tejiendo. En las paredes también encontraremos, colgadas, algunas ropas. Hoy el suelo es de madera o también tatamis.

Fuera, en diferentes jaulas se encuentran los osos y los perros. El oso es verdaderamente reverenciado entre los ainu, característica que comparten con otras culturas circumpolares. De hecho, una vez muerto se le ofrece un ritual que no concluirá con la colocación de su cráneo en unas estacas, sino que, posteriormente se le ofrecerán presentes.

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En el hogar siempre hay una rama de tres brazos, sobre la que se coloca una especie de vieira, y otra rama que ha sido especialmente tratada, rasgándole la corteza y por la que, según creen, bajarán los espíritus. A ambas, junto al fuego del hogar, se les ofrecerá el sake, o el pescado, o cualquier otra vianda antes que a uno mismo.

Fuera también del habitáculo podemos ver varios palos clavados en vertical y unas anillas de madera, muestra de uno de sus juegos.

Los ainu son animistas o, en su caso, sintoístas por lo que carecen de templos. Sus creencias, más bien y como veremos a continuación, se centran en el respeto a la naturaleza y a los animales, y la veneración a los antepasados. Pero, si bien no poseen centros religiosos, sí que muestran su respeto por los muertos, ante cuyas tumbas clavaban un poste que suele diferenciar el género.

Los inau (fetiches de madera tallados) se colocaban en hileras en el exterior de las viviendas.

 

Las vestimentas

 

Las vestimentas son muy sencillas. Consisten en una gran casulla de grandes y anchas mangas ceñidas con un cinturón.

Su decoración es geométrica. Suelen tocarse las mujeres con un pañuelo en la cabeza, y los hombres con una especie de abrazadera de paja amarrada en la frente y coronada con una imagen que, por lo

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que hemos podido comprobar en los museos, suele asociarse al culto al oso.

En el caso del hombre, en el ceñidor o cinturón porta la espada o el cuchillo.

Nos ha parecido muy interesante observar el modo en que se exponen dichas vestimentas en los museos, en cajones acristalados en sentido vertical, lo que permite la rápida visión de cada una de ellas sin tener que ocupar un espacio excesivo.

En el museo de Nibutani tuvimos ocasión de ver varios de los tocados masculinos referidos anteriormente, así como los trajes típicos encajonados o expuestos e, incluso, a pocos metros del mismo centro, probarnos y comprar algunas prendas.

Algunos estudiosos resaltan las prendas confeccionadas con pieles de animales, entre los que se incluyen los salmones y otros peces. Por nuestra parte, nos llamó la atención la creación de verdaderos bolsos muy flexibles hechos de corteza de árbol.

Como adornos suelen utilizar ambos sexos los pendientes y collares.

 

Los utensilios de caza, pesca y los domésticos

 

Ya hemos visto que el modo de vida ainu se centraba tradicionalmente – hasta las diferentes prohibiciones – en la caza y la pesca, en el caso de los hombres, y en la cocina y el cuidado de la prole si se trataba de mujeres.

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Entre las armas utilizadas para la caza resaltan en los museos que hemos visitado los cuchillos, los lazos, las lanzas y los arcos y flechas (envenenadas), si bien también contaban con ballestas y un gran número de trampas que les permitían cazar aves, zorros e incluso osos.

Algunas veces, si conseguían algún osezno[xxv] vivo, lo llevaban al poblado y lo cuidaban por un tiempo, hasta el punto de darles las mujeres ainu de mamar su propia leche. Sin embargo, pasado éste, le conducían a una trampa mortal en la que el joven osezno metía la cabeza obligado por los aldeanos, y allí mismo era muerto, para ser despedazado y comido. Esta práctica ha estado prohibida durante largo tiempo, si bien hemos vuelto a tener noticias del levantamiento de tal prohibición.

Para la pesca, además de los arpones y redecillas, utilizaban largas piraguas realizadas en un solo tronco.

En el caso del cuidado de los niños, eran mecidos en cunas de madera pendientes de varillas de madera, o bien eran transportados a espaldas de sus madres.

Más adelante se ejercitaban en sus labores propias o jugaban, entre cuyas actividades se cuenta la de encajar una argolla de madera en un pequeño poste puesto en posición vertical.

El objeto más cuidado por las mujeres consistía en una tablilla en la que encajaban, y guardaban, los alfileres y agujas de hueso.

Por lo que respecta a la cocina, el pescado se deja ahumar colgado sobre el hogar, de donde se recoge y trocea, dando los primeros trozos al dios familiar. Otra parte de los alimentos se guarda en grandes vasijas almacenadas en un rincón de la única habitación existente en la vivienda, y, por último, los vegetales y otros elementos se guardan en hórreos próximos al habitáculo.

 

Las creencias

 

 

Para los ainu – según recoge Charles Dunn –, todos los seres vivientes son venerados como kamui, parte a su vez de un kamui universal. Los kamui están jerarquizados: la abuela tierra (el fuego), las montañas y sus animales, y los océanos y los suyos. Gonen nos habla del culto a las montañas, la tierra, el cielo, el mar, y como caso específico, el culto al oso[xxvi], del que ya hemos tratado más arriba.

Es interesante este dato, pues en los tocados que llevan los varones en la cabeza es un motivo que se repite bastante. En el museo ainu de Nibutani podemos apreciar varios.

Bajo la dirección de José M. Gallach[xxvii] se afirma que, a diferencia de los kami japoneses, en donde residen los seres espirituales, en el caso de los kamui de los ainu, dichos seres bajan a través de ellos, teniendo su residencia en un más allá, y adoptando diferentes formas en el mundo humano, como animales, plantas o minerales. Dichos kamui se dividen en benéficos y maléficos encontrándose entre los primeros el dios de la montaña encarnado en el oso.

Las mujeres ainu también poseían poderes de adivinación, y eran consultadas por los ancianos en caso de prever algún peligro, acto éste que muestra el poder que en algun tiempo tuvieron las mujeres.

El informe de la UNESCO resalta que también creen poseer un alma inmortal que va a la tierra de los dioses (kamui mosir) o al infierno al morir el cuerpo.

El hecho es que no parece que hagan nada sin antes haber hecho una ofrenda a los espíritus: si van a trocear el pescado, los primeros son para los ancestros representados por el hogar y las dos ramas citadas más arriba, y si es sake lo que van a beber, esparcen un poco junto al fuego.

En primavera, el canto del búho anunciaba el inicio de la partida de la caza del oso. Existen numerosos tabúes en la partida: los sueños de mal augurio pueden llegar a hacer fracasar la expedición, se evitan así las zonas en que los ainu hayan sido heridos en ocasiones previas, o al atravesar un torrente se reza al kamui y se erigen inau (varillas de sauce) en su honor. Al llegar a la guarida del oso, le saludan amigablemente.

Si se pueden coger los oseznos son llevados al poblado, donde son cuidados e incluso amamantados por las mujeres ainu. A los tres años, los mataban lanzándoles flechas decoradas a finales del invierno. Sus movimientos eran interpretados como signos de alegría. Las cabezas, una vez cercenadas, se colocaban entre golosinas, y se les pedía que relataran el trato recibido a otros osos que, así, se dejarían cazar con mayor facilidad.

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Tanto los hombres como las mujeres pueden actuar como chamanes. La UNESCO difiere en éste punto, y afirma que entre los aino no existen los chamanes. Las ceremonias son dirigidas por el jefe del poblado o por el padre de familia. En ellas se ofrecen las cabezas de los animales sacrificados, se liba vino, y se hacen ofrendas de nusa (palillos de sauce). Rezan a Huchi (fuego) al caer enfermos.

J. G. Frazer[xxviii] afirma que existe repugnancia a mencionar los nombres de los difuntos (pág. 299), y que Utilizan el muérdago como curativo y propicio para que las mujeres tengan hijos (pág. 741).

Para la ropa utilizan las pieles y, en el caso del calzado, en ocasiones las escamas del pescado. La ropa interior femenina se oculta a las miradas de los varones.

 

Rituales

 

 

La familia es patrilineal y monogama – segun algunos autores –, otros afirman que se prima la línea materna, posiblemente como resto del matriarcado; de hecho, las mujeres pasan largos periodos de tiempo en su casa anterior antes de acceder a la de su marido.

Las mujeres, a su vez, se tatúan la boca, los brazos y los genitales al llegar la pubertad, y al cumplir los 17 o 18 años, se tatúan alrededor de la boca una especie de bigotes. Los hombres, sin embargo, solo suelen tatuarse como amuleto frente a la enfermedad.

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Con la mayoría de edad, los hombres dejan de afeitarse, y se tonsuran en semicírculo, a la vez que dejan crecer el cabello hasta los hombros.

Las asambleas ostentan el poder judicial, siendo las penas máximas el destierro, la amputación de orejas o nariz, y los apaleamientos – según recoge Dunn.

El libreto del museo de los ainu afirma que existen varios tipos de matrimonio. Existía el matrimonio acordado por los progenitores de ambos contrayentes, de manera que no sabían que estaban prometidos hasta el momento crucial, o uniones debidas al común consentimiento de los contrayentes. En algunos lugares se le permite a la hija en edad casadera vivir en una pequeña habitación (tunpu) anexa a la pared sur de la casa, hasta que los padres eligieran entre sus diferentes pretendientes.

Según la guía del museo, la edad propicia para el matrimonio era de 17 o 18 años para el varón, y de 15 o 16 para las mujeres, una vez éstas hubieran sido tatuadas.

Para que la unión se consuma es necesario únicamente que el hombre coma medio tazón de arroz y la mujer el otro medio. En el caso de rechazo, basta con que ella no corresponda a la vianda. Si el matrimonio es aceptado, el siguiente paso consiste en el intercambio de regalos: él algún cuchillo o espada, y ella ropa bordada. A continuación se reza al dios del fuego, y se realiza una comida comunal. No es necesaria la dote, por tanto, ni intermediarios. Tras ser considerados marido y mujer, ella comenzará con el ritual del tatuaje.

En el libro Las razas humanas – escrito bajo la dirección de José M. Gallach – se profundiza aún más en las relaciones de parentesco[xxix]:

“La estructura de parentesco ainu resulta a primera vista confusa y parece ser el resultado más que de la desintegración social ainu – como el numaym kwakiutl – del surgimiento de grupos de descendencia patrilineales en el interior de una estructura de descendencia matrilineal: frente a la existencia de blasones ancestrales (ekashi itokopa), las mujeres mantenían un tipo de linaje matrilineal, el shine huchi ikuru, controlado secretamente por ellas (se hallaba ligado a la posesión de determinados cinturones totémicos que llevaban bajo el mour), que servían para determinar las reglas de la exogamia”.

Durante el embarazo, a los dos o tres meses, vuelven las ofrendas al dios del fuego para que éste llegue a buen puerto; y a los siete se vuelve a realizar una ceremonia para purificar su cuerpo.

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Si el embarazo es demasiado corto, la mujer se sitúa al lado izquierdo de la chimenea, el marido, los niños y el resto de los hombres deben esperar fuera de la estancia, y es otra mujer, que haya parido con anterioridad, quien asiste a la embarazada en su labor. Entonces se pide a los dioses, especialmente al del fuego, para que el parto sea fructífero. Si, aún así, el alumbramiento es difícil, han de realizarse varias ceremonias mágicas que lo favorezcan.

La residencia solía ser matrilocal, e incluso en nuestros días suelen pasar un primer tiempo en la casa de la familia de la esposa.

En cuanto a las relaciones sexuales, parece ser que eran muy libres, exigiéndosele a la mujer que no se quede embarazada antes del matrimonio, o propiciando el aborto en el caso contrario.

 

Rituales relacionados con la caza, la pesca, los cereales y otros

 

J. G. Frazer afirma en La rama dorada que los ainu diferencian entre el mijo macho y hembra. Antes de consumir las tortas, los viejos hacen otras para adorarlas, y les dirigen oraciones. Tras las oraciones, todos pueden comer el mijo nuevo. Se trata de una ofrenda al dios, que no es otro que el mijo que ha de redundar en el bienestar de la comunidad[xxx].

También creen – según recogemos de la obra de Frazer – que el corazón del mirlo de agua es sabio y elocuente, por lo que, cuando lo matan, lo abren y se comen el corazón aún caliente, con la esperanza de ser ellos mismos sabios y elocuentes[xxxi].

En el caso de la pesca – sigue Frazer –, entre mayo y junio, los ainu mantienen reglas de pureza ceremonial. Las mujeres deben guardar silencio absoluto en sus casas, pues si no los peces las oirán y se escaparán (pág. 597). Una vez conseguida la pesca, la introducen por la ventana, pues si lo hacen por la puerta lo verían los otros peces e igualmente se escaparían.

Si se tratara de la caza del zorro los ainu también mantienen una serie de tabúes, como por ejemplo: al cazar al zorro le cierran la boca para que no puedan comunicárselo a los demás (pág. 598).

 

Las danzas

 

Las danzas tradicionales son, por lo general, danzas de imitación de animales, danzas destinadas a los espíritus, rituales, y de caza.

a) danzas de protección (profilácticas).

Existe el siguiente catálogo en The ainu tradicional dance[xxxii]: en él se dice que “rimse” “significaba originariamente crear sonidos al golpear, se refiere actualmente al baile y al canto, derivados de su combinación en la escena. Cuando ocurría algo desastroso o catastrófico en la aldea, sus habitantes blandían sus espadas hacia arriba y hacia abajo mientras golpeaban el suelo con los pies para ahuyentar a los malos espíritus”.

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Emush y ku rimse es una danza de espadas destinada a ahuyentar a las fuerzas del mal. No es una exhibición guerrera, ya que, como se ha indicado, los ainu no han poseído dicha arma, sino que las conseguían – de mala calidad – a través del comercio con los japoneses. El libreto la describe así: “hay también un baile que sirve para intimidar a los dioses malignos y que se realiza con ocasión de las celebraciones. Se llama emush rimse y es una danza de espadas. La danza la realizan los hombres que blanden las espadas con firmeza, cruzan sus hojas violentamente entre sí acompañados de gritos y golpes. Es semejante a ku rimse, un baile con arco, y se trata de una de las pocas danzas masculinas”.

 

b) danzas relacionadas con los animales y el entorno.

Iyomante rimse es la danza que se realiza para celebrar al dios oso. Se trata de “una fiesta que durará hasta bien entrada la noche; los participantes se colocan de pie, uno tras otro, y comienzan a bailar. Como la emoción es grande, el círculo va creciendo, dando lugar así a la “iyomante rimse”, una danza realizada para enviar los espíritus de los osos de vuelta al cielo”.

Fumpe rimse o Fumpenere tiene por tema la muerte de la ballena. Comienza con una escena en la que una anciana se encuentra con una ballena varada en la playa. Corre la noticia, y los aldeanos se reúnen para trocearla. Entonces una bandada de cuervos se sitúa alrededor, con la esperanza de llevarse un bocado. Se dice que esta danza se realiza para hacer realidad los deseos de los aldeanos, éstos dramatizan así sus deseos, por lo que se trataría de una danza mágica”.

 

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Hanchikap rimse se refiere a los ánades o aves de agua.

Chikapne y Hararki están dedicadas a las aves.

Sarorum cikap rimse es la danza que imita los movimientos de la grulla.

Chironup rimse imita a los zorros.

El tema de Erum upopo es un ratón.

Mukkur es la imitación del sonido de los pájaros mediante un arpa de boca.

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Pomkenetay tiene por motivo el bosque de alisos negros.

Chak peeyak está dedicada a la lluvia.

 

c) canciones y bailes que reflejan la vida cotidiana (nanas, trabajos, sentimientos, etc.).

Upopo la realizan las mujeres sentadas en círculo. El libreto del Museo ainu de Porotokotan dice que “las mujeres se sientan en un círculo y cantan al ritmo creado al golpear las tapas de shintoko (okay). Se trata del preludio a otros bailes alegres”.

Iyuta upopo es una canción que recitan las mujeres mientras muelen el grano.

Yaysama ne na es una improvisación de las alegrías y del amor.

Ihumke es la nana que cantan las mujeres con los niños sobre la espalda o en brazos.

Otchike rimse la utilizan las mujeres entre otras canciones.

Por último, Tapkar es la realizada por un hombre alabando a los dioses.

 

Conclusiones

 

 

Todo lo anterior nos lleva a considerar a los ainu como un grupo étnico diferenciado de los de su entorno, que, cada vez más, va logrando su autonomía, su reconocimiento social y político, y la recuperación de una forma de ser casi extinta.

Dicha apreciación puede contrastar con la que se tenía hace unos años, en los que el etnocentrismo europeo estaba en apogeo, así podemos leer en la edición de 1928 de Las razas humanas que[xxxiii]:

“El pueblo aino es, sin duda, el más peludo de la Tierra y es asimismo uno de los más sucios, contrastando este carácter con la limpieza proverbial de los japoneses. Son indolentes y faltos de espíritu, y muy melancólicos. Son también grandes borrachos”[xxxiv].

Unas líneas más abajo continúa afirmando que:

“A pesar de ser tan extraordinariamente sucios, los aino aman las joyas que tienen en gran estima, y que llevan en gran número”[xxxv].

Y, más adelante aún:

“Siguiendo su costumbre de emborracharse, vicio éste que ha de conducirles a su ruina final, la principal ceremonia del matrimonio consiste en beber ambos contrayentes conjuntamente el vino de maíz”[xxxvi].

Son datos que nos recuerdan tristemente la historia de los indígenas de norte-América, donde el humo de las tiendas les daba el aspecto sucio, y el alcohol era utilizado para su sometimiento.

Sin embargo los últimos datos son esperanzadores en lo concerniente a la recuperación de su idiosincrasia, toda vez que su lengua y sus características peculiares se enseñan en las escuelas.

 

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[i] Existe un excelente álbum de fotografías antiguas en el museo ainu de Shirori.

[ii]http://www.wikilearning.com/curso_gratis/historia_y_cultura_japonesa-origenes_de_la_cultura_y_la_sociedad_japonesas_i/3595-2

[iii] Ibid.

[iv] Id.

[v] En referencia al XIX.

[vi] Id.

[vii] GONEN, Amiram (dir.), Diccionario de los pueblos del mundo, Grupo Anaya, Madrid, 1996.

[viii] Ainu history and culture. Ed. The ainu museum.

[ix] En UNESCO, Descubrir Pueblos del mundo, EDP Editores, 2006, págs. 180-185 se afirma, sin embargo, que los primeros contactos con los japoneses se establecieron a lo largo del siglo XIV, y, con los occidentales, en el XVI, siendo conquistados por el Japón en el siglo XIX.

[x] Frazer, J. G., La rama dorada, FCE, Madrid, 1981, pág. 583: los osos de Sajalín no son verdaderamente dioses, sino mensajeros de los dioses.

[xi] Bornoff Nicholas, Japón, National Geographic, Guías Audi, ISBN nº 84-8298-336-9, RBA Revistas, 2006, pág. 130.

[xii] Barragán, Carmen (coord.), Japón, guías visuales, ed. Santillana, Madrid, 2006, pág. 275.

[xiii] Obtenido de "http://es.wikipedia.org/wiki/Batalla_de_Koshamain: “En la primavera de 1456, en el pueblo herrero de Shinori (志濃里; actual Shinori-cho de Hakodate, Hokkaido) en los alrededores de Hakodate, hubo un incidente en que un wajin (uno de los colonizadores japoneses) mató a un joven ainu a puñaladas (se dice que cuando el joven ainu compró una navaja (makiri) del herrero, discutieron por la calidad de la navaja, y demostrando que la navaja era capaz de cortar, el herrero mató al joven a puñaladas).

Desarrollo de la batalla:

En 1457, este incidente se desarrolló como un gran levantamiento del pueblo ainu, dirigido por Koshamain, el jefe de los ainus orientales. En este levantamiento, los castillos (館), que los clanes de los wajin habían construido en el extremo sur del Península de Oshima, fueron rindiéndose, y solamente quedaban dos castillos, el castillo Mobetsutate (茂別館) de Shimonokuni Iemasa (actual Moheji en la ciudad de Hokuto) y el Hanazawatate (花沢館) de Kakizaki Sueshige (actual Kaminokuni en el pueblo de Kaminokuni). Sin embargo, Takeda Nobuhiro, dirigiendo el ejército bajo el mando de Kakizaki Sueshige, contraatacó y mató con flechas al jefe ainu Koshamain y su hijo. Por esto, el poder del ejército ainu rápidamente se debilitó hasta ser aplastado.

Resultado:

Quedan poco claros muchos de los detalles del levantamiento, pero la contradicción entre la invasión de los wajin a Ezo (el antiguo nombre de Hokkaido) y los ainus se intensificó y resultó en más hostilidades raciales. Además, Takeda Nobuhiro fue asegurado de su posición como comandante militar de los wajin, y fue adoptado por la familia Kakizaki, todo este incidente teniendo gran importancia en el establecimiento del poder de los Kakizaki (posteriormente el clan Matsumae)."

[xiv] Barragán, Carmen, op.cit. pág. 281.

[xv] Bornoff Nicholas, op. cit.

[xvi] Rowtham, Chris y otros autores, Japón, ed. Geoplaneta, 2006, pág. 556.

[xvii] Bornoff Nicholas, ibid.

[xviii] Rowtham, Chris y otros autores, op. cit. id.

[xix] Rowtham, Chris y otros autores, Japón, ed. Geoplaneta, 2006, pág. 557.

[xx] http://es.wikipedia.org/wiki/Ainu#column-one

[xxi] DUNN, Ch., Los ainos, in. Pueblos de la tierra (vol. 5), Salvat ed., Barcelona, 1993, págs. 1014-1019.

[xxii] Podemos encontrar un diccionario ainu-castellano en la siguiente dirección: http://www.diccionariosdigitales.net/glosarios%20y%20vocabularios/diccionario%20ainu-castellano.htm

[xxiii] http://es.wikipedia.org/wiki/Yukar

[xxiv] Ainu history and culture. Ed. The ainu museum.

[xxv] Frazer, J. G., Los ainu tratan con respeto a los oseznos en la creencia de que si son bien tratados, otros osos se dejarán cazar (pág. 601).

[xxvi] Frazer, J. G., págs. 572-578.

[xxvii] Gallach, José M. (dir.), Las razas humanas, CIESA, t. III, Barcelona, 1981, pág. 176.

[xxviii] Frazer, op.cit.

[xxix] Gallach, José M., ibid.

[xxx] Frazer, J. G., Lar ama dorada, FCE, Madrid, 1981, pág. 547.

[xxxi] Id. Pág. 563.

[xxxii] The ainu tradicional dance editado por The ainu museum.

[xxxiii] Trias de Bes, Luis, y otros autores, Las razas humanas, Instituto Gallach de librería y ediciones, Barcelona, 1928, t. I, págs. 272-273.

[xxxiv] Id. Pág. 273.

[xxxv] Ibid.

[xxxvi] Ibid.

 

 

Pablo A. Martin Bosch, “Aritz

(Doctor en Filosofía por la UPV/EHU,

Licenciado en Filosofía por la UD,

Licenciado en Antropología social y cultural por la UD,

Especialista universitario en Ciencia, tecnología y sociedad por la UNED)

 

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