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Mercedes Pueyo Roy, la mujer que estudió el Dance de Aragón

Le dedicó su tesis doctoral en 1961, que publica la DPZ. Viajó a pie, en bicicleta, en carro, en bus y en tren con un magnetófono de 14 kilos y recogió 74 espectáculos, teatrales, satíricos y musicales, en 33 localidades.
Egilea
Anton Castro
Komunikabidea
Heraldo
Mota
Albistea
Data
2019/05/28
Lotura
Heraldo

MERCEDES PUEYO / 23/11/2017 / FOTO : OLIVER DUCH [[[FOTOGRAFOS]]]

Mercedes Pueyo lleva muchos años fuera de Aragón, pero jamás ha olvidado su patrimonio.l Oliver Duch

En este tiempo donde se rescatan y reivindican las mujeres pioneras, la figura de Mercedes Pueyo Roy (Zaragoza, 1934) adquiere un singular protagonismo: ella es una de las primeras estudiosas del dance aragonés, pasión y obsesión que cristalizó en una tesis doctoral y en varias publicaciones; la principal apareció en 1973 bajo el título ‘Origen y problemas estructurales del Dance en Aragón’, en una edición de 200 ejemplares que pagó la autora y editó en la imprenta de HERALDO.

Ahora aparece ‘El dance en Aragón’, que acaba de publicar la Diputación de Zaragoza, en las publicaciones de la Institución Fernando el Católico. Mercedes Pueyo, zaragozana que ha residido en su ciudad hasta 1962, en París, en Lund y desde hace unos años en el Puerto de la Cruz, Tenerife, fue la primera doctora en Filosofía y Letras en la Universidad de Zaragoza. Puede leerse en https://ifc.dpz.es/recursos/publicaciones/37/54/_ebook.pdf.

“De casta la viene al galgo, podría decir. Yo siempre he vivido en Zaragoza, pero mi padre, Francisco Pueyo Samper, había nacido en Pallaruelo de Monegros y era maestro y trabajaba en los seguros. ¡Cuántos hizo contra el pedrisco! Nunca perdió el contacto con su pueblo, era un hombre inteligente y sensible, y fue él quien me introdujo en la pasión por el dance y otros aspectos del folclore desde los 7 años. He pasado allí muchos veranos de mi niñez”, dice Mercedes Pueyo.

Antes que ella, algunos estudiosos de la antropología y las fiestas populares de Aragón, como Ricardo del Arco y Arcadio Larrea, se habían interesado por este “espectáculo popular que el pueblo entiende muy bien y que tiene una incuestionable categoría. Recuerdo que por entonces el folclore parecía reducido a la jota. Con la estudio del dance ampliamos el campo hacia una representación compleja: el dance es una composición poética, que incluye lirismo, dichos y sátira, tiene movimientos y contiene una música, que ejerce la función de dirección o coordinación del conjunto, ya sea con la gaita de boto, el salterio, el pífano, etc.”, tal como lo define la propia Mercedes.

Mercedes Pueyo decidió investigar el dance y le dedicó al menos 5 años de su vida, entre 1956 y 1961. Antes, participó en la creación del Museo de Etnología y Cencias Naturales de Aragón, que abrió sus puertas en marzo de 1956 en el actual Parque José Antonio Labordeta. En un artículo de 1957, Mercedes escribía: “Con el Museo y en el Museo hemos iniciado y proseguido nuestros trabajos de investigación con esta faceta del folclore aragonés que es el dance”. Según ha recordado el estudioso Joaquín Gaspar Ruiz, Mercedes Pueyo “ejerció de secretaria del Museo y trabajó como becaria, catalogando y realizando estrudios, cobrando 500 pesetas [tres euros de hoy] al mes”, y dice que la investigadora donó el chaleco de seda de su abuelo, que era campesino.

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Mario Gros, Mercedes Pueyo y Carlos Forcadell, en la presentación del libro. DPZ

La especialista emprende un viaje en el tiempo: “Durante la investigación me sucedió un poco de todo. He ido en bus, en bicicleta, en burro, a caballo, aprendí a montar en el pueblo de mi padre, a la par que también aprendí a trillar. Me recuerdo saliendo de la Estación del Norte, en Zaragoza e iba a los pueblos. Llevaba un magnetófono, que me dejó el profesor Antonio Beltrán Martínez, que sería el director de mi tesis. El aparato pesaba alrededor de 14 kilos e impresionaba a los paisanos. Hice mucho músculo. Escuchaba, registraba sonidos, transcribía textos. A veces, iba solo con mi bloc y un lápiz, con mi cámara de fotos, y una infinita paciencia”.

Mercedes había estudiado piano y tenía facilidad para cantar piezas de distintas épocas, algo que había hecho y que seguiría haciendo en sus pesquisas. Dice que sus mejores informantes eran el cura, el maestro y el médico. “Ellos, instruidos, eran mis mejores informantes, y en ocasiones guardaban el texto original, pero también podías encontrarte con gentes como el mayoral Juan Barrieras Pueyo, el tío Juaner, que había escrito y recogido textos. Entiéndame: entonces, apenas había teléfono, no había móvil, he recorrido kilómetros y kilómetros, y yo intentaba ser rigurosa y a la vez disfrutar”.

Parece que lo hizo. Su trabajo recogió 74 dances de 33 localidades, con especial atención por el universo de los Monegros. “El dance es un espectáculo teatral y poético, con música y danza. Podría definirse, también, como un teatrillo crítico de la sociedad: las gentes del pueblo no tenía el ‘Hola’, pero podían pasar muchas cosas susceptibles de ser encerradas en el dance. Consta de varias partes: hay textos movibles y otros fijos, por decirlo así. Se cuenta la historia del pueblo, y luego hay una parte de crítica o sátira, que apunta a las mujeres, a las que se les puede llamar de todo: puercas, zorras, o algo semejante, lamineras…”.

Mercedes dice que los dances los escribían y los bailaban los hombres, y que procederían de las danzas agrícolas de la Edad Media, sobre todo, a los que se han ido incorporando los palos y las espadas, “que aluden también a las danzas guerreras, a las rivalidades entre moros y cristianos”.

Mercedes distingue varios tipos de dance: las pastoradas en el norte, esos diálogos entre el pastor y su rabadán, despojados de influjo árabe; si se baja hacia la depresión del Ebro, se ven luchas simbólicas entre el bien y el mal, de tono más suave, con raíces en la Edad Media y ecos de los reinos de taifas. Apunta otro detalle: “El dance es la música, que entra por los sentidos y le da coherencia a la función. En cierto modo, es el gaitero el director del espectáculo”. Mercedes Pueyo no era muy partidaria de la presencia de las mujeres en el dance, pero claudica ante la realidad: “Bueno. Los dances eran masculinos, viriles, pero ahora son las mujeres quienes los mantienen y participan en ellos. Los tiempos cambian”, dice y sonríe.

Recuerda que el azar ha estado de su parte. Casi se había olvidado de su trabajo, pero un día, en una mudanza de casa, descubrió todos los materiales de su tesis. “Más de 20 kilos. Folios, carpetas, archivos, carpetas, libretas, y la tesis doctoral completa. Me había olvidado de todo aquello. Decidimos mandarlo al Instituto Aragonés de Antropología. Y allí lo encontraron Joaquín Ruiz y Mario Gros, músico y etnógrafo. Gracias a ellos, mi trabajo ha tenido una nueva vida. Miro a Mario Gros, que ha hecho el precioso prólogo del libro, y pienso: ‘Para ser músico hay que ser sabio’. Y pienso también que, aunque he estado muchos años fuera de Aragón, jamás me he olvidado de esta tierra” dice, y revela: “Ya no querría escribir más de todo eso. Antes de morir, y ya no soy una niña, querría escribir una novela”.

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