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Danza invisible y mal pagada
La danza ha sido la disciplina artística más afectada por los recortes en Cultura en los últimos cuatro años. Han desaparecido festivales, giras y las representaciones y espectadores han bajado a la mitad
Más de diez horas al día de ejercicio. Pasos de baile repetidos una y otra vez, pero también trabajo gimnástico para endurecer tendones y músculos de las articulaciones con el fin de evitar lesiones. Y, después, mucho fisioterapeuta. Esta es la jornada de un bailarín profesional durante la temporada de espectáculos. Y, al final de mes, un salario paupérrimo que apenas llega para la justo, sobre todo en ciudades como Madrid y Barcelona, que es donde se concentra la danza en España.
Las condiciones laborales de los bailarines han sido motivo de queja desde hace años. Profesionales como Tamara Rojo, el anterior director de la Compañía Nacional de Danza, Nacho Duato, y el actual, José Carlos Martínez, lo han dicho bien alto en numerosas ocasiones. Y muchos son los que han acabado bailando fuera del país.
En los últimos años, casi de manera invisible, estas condiciones se han agudizado a peor. Principalmente porque ha sido la danza la disciplina artística más afectada por los recortes en Cultura. Ahí están los datos, bien visibles en los Presupuestos Generales del Estado, en el Anuario que cada año presenta la SGAE y en el más reciente de la Fundación Alternativas. Y programas como el estatal Platea para la circulación de espectáculos o festivales como Madrid en Danza no han funcionado. Los afectados hablan de “mala planificación” y tijeretazos de “hasta el 80% en la Comunidad de Madrid”, según recoge el Anuario de la SGAE.
La financiación pública para el Instituto Nacional de Artes Escénicas, que gestiona entidades como la Compañía Nacional de Danza, ha pasado de 165,95 millones de euros en 2011 a 147,33 para este 2015 (la subida con respecto a 2014 fue sólo de un 0,8%). El programa Platea, cuya asignación era de seis millones de euros redujo su partida en un millón para este año, y Madrid en Danza contó en su pasada edición –noviembre de 2014– con 40.000 euros menos y se quedó en 760.000.
En relación a la representaciones –y se incluiría clásica y contemporánea– si en 2008 fueron 4.653, en 2013 (último año analizado por la SGAE) hubo 2.587. Estas cifras redundan en los espectadores: de los 1,68 millones de 2008 se llegó a 953.928 en 2013. Y de ahí a la bajada en la recaudación: de 19,94 millones de euros en 2008 a 9,4 millones en 2013.
Recorte en las políticas públicas
Los datos tienen, además, su reflejo en ciertas iniciativas políticas llevadas a cabo en los últimos cuatro años. Vicente Arlandís, bailarín de la compañía Los que quedan, conoce bien lo que ha ocurrido en la Comunidad Valenciana e insiste en que lo que está ocurriendo no se puede simplificar aduciendo que en España no gusta la danza ni hay tradición como en otros países.
“En Valencia, por ejemplo, existía un Festival llamado Danza Valencia que hace 20 años tenía una programación que hoy calificaríamos de muy radical e innovadora. En la Sala Rialto donde hoy se representa un Don Juan de Tirso de Molina actuaba Marina Abramovic, en el Teatro Principal que este año abrió temporada con una zarzuela cómica actuaba Malpelo o Cesc Gelabert. La gente de mi generación tuvimos la oportunidad de ver en los teatros públicos de Valencia desde Bob Wilson a General Electrica, desde Rodrigo García a La Ribot. El festival VEO es el último ejemplo. Un festival que durante 10 años supuso una oportunidad para disfrutar de numerosas propuestas internacionales. Desapareció de la noche a la mañana sin motivo aparente”, afirma este bailarín a eldiario.es.
En Madrid se dio el caso del cierre del Teatro Madrid, de gestión público-privada, en 2011. Estaba dedicado a la danza. Ahora ya no existe y no hay previsión de que vuelva a hacerlo a corto y medio plazo.
Compañías públicas: sueldos de 900 euros
Cuando los medios desaparecen, todo lo demás se ve arrastrado como si fuera el lodazal de una gran riada. El último ejemplo lo ha vivido la CND, que tiene que firmar un acuerdo anual con el INAEM para poder cobrar sus horas extras. Precisamente durante la pasada Semana Santa se renovó este acuerdo in extremis –llevaba en el dique seco desde diciembre– y a partir de este mes de abril los bailarines cobrarán 300 euros más en sus nóminas por estas horas extras.
No obstante, no llega, y los bailarines tampoco están satisfechos con las condiciones ofrecidas por el INAEM. El salario medio para un bailarín del cuerpo de baile está entre 900 y 1.000 euros al mes. Los bailarines principales pueden llegar a los 1.800 euros al mes, una cifra que, por otra parte, está muy lejos de las que se cobra en el Ballet de la Ópera de París, donde se alcanzan los 2.565 euros mensuales (para el cuerpo de baile) y hasta los 7.000 euros para grandes figuras. Al otro lado del charco, en el New York Joffrey Ballet se gana una media de 35.585 dólares anuales.
“Se ha hecho lo mismo que el año pasado, y eso es lo que ya sabíamos. Pero lo que nosotros queremos es que se aumente el sueldo. Al final lo que nos han dado es un complemento de productividad por las giras, pero nosotros sabemos que ese aumento de salario no va a venir. Y no puedes hacer nada”, sostiene un bailarín de la CND que ha preferido mantenerse en el anonimato. Lo que firma Cristóbal Montoro, ministro de Hacienda y encargado de distribuir este presupuesto, es inamovible.
Compañías privadas: sin contratos y facturas falsas
Si en una compañía pública se sufre, en una privada sucede más de lo mismo. “Producir tu trabajo en España es muy difícil, a no ser que formes parte de una cierta élite de compañías establecidas, sobre todo las que se establecieron en los 90 cuando la entrada en la Unión Europea donde se produjo una inyección brutal en cultura”, comenta el bailarín Aimar Pérez Gali.
Nacido en 1982 en Barcelona, aunque formado en Holanda, señala que con la crisis y los recortes hay que cambiar el modelo: “Ya no se pueden permitir tener bailarines contratados ni hacer producciones grandes, ni tampoco hay tanto circuito donde presentar el trabajo. Antes igual podías vivir de hacer bolos, ahora ya no. Tenemos teatros, y se siguen inaugurando, pero no se invierte dinero en gira o cachés, es decir, en la programación y contenido de estos. E ir a taquilla para mí es un insulto a la profesionalidad”, afirma.
A esto suma la sangría que supone ser un trabajador autónomo. Si los sueldos apenas llegan a los 1.000 euros, “para un bailarín que nunca es contratado, siempre tiene que presentar facturas a la compañía con la que trabaja o al teatro que le ha contratado un bolo, pagar los 280 euros es muy a menudo pagar el 30% o 40% de su sueldo mensual”, reconoce.
¿Cuál es la consecuencia? La de siempre en este país: “Muchas veces se opta por hacer facturas falsas o no declararlo, lo cual implica también trabajar sin estar asegurado y si te lesiones bailando, pues te jodes. Es así de crudo”, confiesa.
El ejemplo de Bélgica
Con estas condiciones, es lógico que muchos hayan optado por marcharse de España. Y ya no sólo por la cuestión salarial. Vicente Arlandís pone como ejemplo Bruselas, donde trabajó durante años. Según él, en Bélgica sí existe un circuito, apoyo para la investigación y las estructuras, un régimen de la Seguridad Social especial aplicable a los artistas y que protege y tiene en cuenta las peculiaridades de su trabajo. “Así se entiende por qué encontramos en una ciudad como Bruselas a numerosos coreógrafos y bailarines que viven allí pero que provienen de todas partes. En definitiva la danza es una profesión tan respetable (o más) como las demás”, sostiene.
La experiencia de Pérez Gali se basa en la Escuela de Artes de Amsterdam donde se dio cuenta de que “ser bailarín es estar protegido por un sindicato, tener un contrato en el que cobras según un baremo acordado en función a los años de experiencia. En el que, sabiendo que la vida profesional del bailarín es más limitada que en otras profesiones, existe una institución que ayuda a la reprofesionalización del artista hacia otros campos, cubriendo la formación. Un Gobierno que, como mínimo antes de que entrara la derecha radical, apoyaba económicamente al artista graduado durante sus primeros cuatro años de profesión porque entendía que había hecho una inversión con la educación (pública) de ese artista y la mejor manera de aprovechar la inversión es asegurándose que llega a poder vivir de ello y no a terminar la carrera y trabajar en un Zara”.
Las dificultades en EEUU
Precisamente estos niveles de protección pública en los países europeos alcanzan mayor contraste en EEUU donde las condiciones son muchísimo peores incluso para las grandes figuras, tal y como reflejaba un artículo sobre Misty Copeland, la bailarina solista de la prestigiosa American Ballet Company, en The New Yorker a finales del año pasado. Allí los bailarines no cotizan, por lo que no tienen derecho a la pensión de jubilación por este trabajo. La mayoría acaba su carrera antes de los 40 años de edad y su sueldo puede rondar los 100.000 dólares al año. Sí, comparado con las cifras españolas es un mundo, pero como resaltaba ese artículo, hasta Anna Pavlova tuvo que acabar haciendo anuncios de la crema Ponds.
Por tanto, las medidas pasan por un mayor apoyo público, que es la antítesis de las políticas desarrolladas en España en los últimos años. Como indican los bailarines consultados, hacen falta más giras, más espacios e incluso más formación desde las escuelas. “Todos los colegios de primaria y secundaria deberían de contar con artistas, coreógrafos, bailarines de manera continuada para que trabajaran con los chavales. Se trata de enseñar la danza desde la danza”, comenta Arlandís.
Y poner en marcha plataformas y espacios de creación “que aunque tengan pocos recursos se están gestionando de manera muy inteligente. Me refiero al Graner, en Barcelona, por ejemplo, o al Mov-s, un encuentro a nivel estatal para producir un cambio en la situación actual de la danza”, añade Pérez Gali. Si no, podría cumplirse la máxima: ¿Danza? ¿Qué danza?
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