De Venezuela a Zumaia, pasando por Tenerife. El viaje ha sido largo en kilómetros, años y vivencias para una bailarina venezolana que abandonó sus estudios de arquitectura por escuchar la llamada del arte.

En Euskadi estudió cocina y montó un taller de costura junto a su madre, abandonando el ballet. Con Las Cosas de Valen pudo expresar sus inquietudes artísticas de otro modo, elaborando originales bolsos, carteras u otros elementos con materiales tan diversos como redes e, incluso, los chalecos del Aita Mari.

Valentina Palmero admite que, en la actualidad, se encuentra inmersa en un proceso “de duelo” al abandonar este proyecto para dedicarse de lleno a su gran amor, el baile y, más concretamente, al flamenco.

Valentina Palmero en Aljarafe Centro Cultural

Valentina Palmero en Aljarafe Centro Cultural Arnaitz Rubio

Fue hace una decena de años cuando Palmero se reencontró con el baile a través de una compañía de flamenco de Donostia y se dijo: “Esto no lo puedo volver a dejar”.

Se inició tomando clases para después tener que volver a parar por no poder seguir mejorando en su formación. Con una amiga gaditana, cantaora, se decidió a seguir dando pasos y fueron sumando artistas a Katak, el grupo con el que continúa ofreciendo actuaciones en distintos escenarios y que está conformado por: Raquel Ruiz, voz; Rosa Rubio, palmas; Angelika Hiusguen, flauta travesera; Rafa Giménez, guitarra, y Rafael Viera, a la percusión. 

El sueño de Valentina es poder dedicarse a la enseñanza del flamenco y las sevillanas. En breve comenzará a impartir un curso en la academia Nushu del barrio donostiarra de El Antiguo.

“Yo nací bailando, lo llevo en la sangre y es lo que quiero hacer. Esto para mí es como el oxígeno”, subraya Palmero.

Ya han pasado 20 años desde que llegó a Zumaia, donde nació su hija, y en este municipio ha impartido “algún taller de flamenco” y ha visto crecer su propuesta de Las cosas de Valen, que de momento ha dejado de lado, por lo menos en lo que se refiere a la confección de bolsos, mascarillas, carteras... Ahora le toca “recuperar el tiempo” perdido y volver al baile. 

“Estoy dando mis clases de flamenco desde el sentir y con todo el respeto que le tengo a este arte”, añade Palmero. “Principalmente lo que hago es enseñar a sentir el flamenco”, abunda.

Algunas de sus clases se imparten con la música en directo y ya ha empezado a dar clases de sevillanas, con las que recalará en El Antiguo.

Desde dentro

Lo intentó en Venezuela, pero su madre no le dejó apuntarse a ninguna de las escasas escuelas de flamenco que funcionaban en su país.

Se reencontró con este “sentimiento” en Tenerife, a donde llegó como primera etapa transoceánica y donde se apuntó a una escuela de flamenco. El duende le ha vuelto a atrapar en Gipuzkoa. 

Y también las sevillanas, que son “divertidísimas” y que, asegura, “son fáciles de aprender”.

En el enamoramiento con el flamenco se hallaba inmersa cuando llegó el otro amor, el de su pareja, y dejó Tenerife para llegar a Zumaia. “Se me olvidó todo lo que estaba haciendo”, reconoce Palmero, que comenzó a estudiar cocina.

Muchas etapas ha tenido que ir superando esta emprendedora mujer. Porque, entre otros escollos, la formación que podía recibir en Euskadi era escasa y ha tenido que acudir a distintos puntos del Estado para seguir enriqueciéndola.

¿En Euskadi, flamenco? Lo reconoce. “Nos acercan más las sevillanas, porque mucha gente va a las distintas ferias de abril. Pero sevillanas y flamenco son cosas distintas”. 

Valentina Palmero concentrada en un ensayo

Valentina Palmero concentrada en un ensayo Arnaitz Rubio

”En Bilbao, Gasteiz y en Iruña hay quizás más cultura del flamenco que en Gipuzkoa, incluso hay más festivales. Aquí cuesta más encontrar público”, reconoce.

Pese a todo, asegura que cuando Katak ha paseado su propuesta por el territorio, “la respuesta ha sido estupenda”. 

¿Y la gracia vasca por soleás? Asegura Palmero que “arañando” sale. “Todos nacemos con un ritmo, la percusión es lo primero que escuchamos, el latido del corazón”, añade. Después queda “desarrollarlo”.

Lamenta que, en ocasiones, se tienda a hacer relaciones con el flamenco que poco tienen que ver con el arte y más con otras cuestiones muy ajenas. Pese a todo, con las sevillanas “se anima mucha gente” en las plazas de Euskadi.

Y como en tantas otras expresiones artísticas, más en el baile, se animan más mujeres que los hombres. “Es una pena”, lamenta Palmero que asegura que es “un baile para todos y todas”. En el caso de las sevillanas, afirma, no hace falta especial destreza ni bajar a Andalucía. “Son sencillas y divertidas y en muchos municipios hay centros culturales donde practicarlas”.

De momento, Palmero se toma la opción de bailar con Katak como “un regalo”, un disfrute y confía en poder centrarse en la enseñanza y llegar a vivir de ello. “Mi sueño es montar una escuela de flamenco. Me lo he planteado para 2025. Mientras me desplazaré a donde haga falta, a donde me llamen, para dar clases”, afirma. Para ello el espacio tiene que cumplir con algunas condiciones, como disponer de suelo de madera y espejos en las paredes, si hablamos del flamenco.

De momento, están trabajando mucho y bien el centro Aljarafe de Galtzaraborda, para cuya generosidad solo tiene buenas palabras. 

Palmero y baile son un todo y, como no podía ser menos, también se ha animado con las euskal dantzak. De hecho, en un espectáculo se centró en los bailes vacos y se preparó un año para ello. “La base del ballet clásico me ayudó para adquirir velocidad y destreza con los arin arin y fandangos. Me encanta”, destaca.

Porque, repite, el baile es su vida: la pasada, la presente y la futura. Y para conocerla, sus redes sociales y las de Katak. Una invitación: “Que vengan a probar las clases sin compromiso”.